viernes, 16 de mayo de 2008

Cuentos Meta: LLEGADA AL MÁS ALLÁ

Según dijeron, el último día llegó al Más Allá. El viaje había sido largo y accidentado, como los grandes viajes, y sus brazos estaban cansadísimos de tanto aletear, sus pies destrozados por el incesante chapotear, su cabeza confundida por la velocidad, vertiginosa si atendemos a las costumbres del momento, cosa que no haremos, pues desconocemos de que momento se nos habla. Pues aún así, a velocidad de vértigo, resultó largo el viaje. Y accidentado, primero a causa de las imposibilidades, luego que si las inconveniencias, las incompatibilidades, las indigestiones, incapacidades, incongruencias… El colmo fueron los puentes, que ahí estaban, pero resultaban insalvables. Y aún así, con empeño y mucho ingenio, superó los ríos. Y entonces llegaron los lagos, los mares, los océanos, los vientos, los cielos, la estratosfera, el espacio… Pero todo lo salvó, y el último día llegó al Más Allá.

La entrada del Más Allá no prometía gran cosa, a penas dos columnillas unidas en su parte superior por un arco de repujados herrumbrosos, que mantenía una puerta de doble verja cerrada, y una garita pequeña y cochambrosa en la que se guarecía del inhóspito reinante un hombrecillo de aspecto poco saludable, cuya función era abrir una de las verjas a todos aquellos que por allí llegaran, y quisieran entrar. ¿Le abro?, preguntó al recién llegado el hombrecillo de aspecto poco saludable que guardaba el Más Allá.

El recién llegado dudó, dudó como lo había hecho durante todo el largo y accidentado viaje, a saber: ¿y si después de este largo y accidentado viaje, resultaba que estaba equivocado? Así que, aún dudando, le preguntó al hombrecillo de aspecto poco saludable que guardaba el Más Allá ¿y ahí dentro que encontraré, acaso una piscina con trampolín, un chiringuito con frankfurts, cañas y carajillos, cine al aire libre, por la noche discoteca, y todo gratis? Y el hombrecillo, abriéndole la verja sin albergar dudas, respondió: no lo sé, yo no he pasado.

Silla Jotera

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