viernes, 16 de mayo de 2008

Cuentos Contados: TARZÁN DE LOS MONOS 2.0

Hace mucho tiempo, en los arrabales de Lpzfhgs (allá tras el inaudito lejano y sus montes), nació un muchacho al que llamaron Cornudelio, porque fue hallado, envuelto en una humilde manta, junto a la puerta del establecimiento “Mantequerías y Espolvoreados Viuda de Don Cornudelio e Hijos”. El chico creció sólo en el hospicio social de Lpzfhgs, pues era el único huérfano o abandonado de la localidad, y alimentado a base de las mantequillas y espolvoreados con los que, en un acto de caridad, surtía al hospicio la viuda de don Cornudelio. Pero a la que estuvo en edad de trabajar se cerró el hospicio y Cornudelio se vio en la calle, abandonado por todos y por todo. Así fue, simplemente.

Pronto aprendió Cornudelio los sinsabores de una vida al aire libre. Y también sus virtudes, pues poco tardó en licenciarse en las más variadas artes de la subsistencia: distracción, engaño, siseo, mangada, rapiña, nocturnidad, escalo, hurto… y huida. En nada, se doctoró reventando la persiana y la caja de “Mantequerías y Espolvoreados Viuda de Don Cornudelio e Hijos”. Fue poco después cuando Bonacluso Bonetti, Guardia Mayor Municipal de Lpzfhgs, alarmado por el novedoso aumento de atracos que sufría la hasta el momento apacible localidad, y avisado de los malos haceres de Cornudelio, a quien todo el pueblo señalaba pues realizaba sus delinquismos a descubierta faz, puso en marcha un plan de captura. Veintisiete planes puso en marcha Bonacluso Bonetti, y todos fracasaron. Cornudelio, proseguía su meteórico ascenso en el mundo del hampa comarcal, regional, nacional, internacional incluso. Ahora, se dedicaba a exportar drogas peligrosísimas de los peores países del mundo entero. Haixix de allá abajo, heroína de allá el este, aspirinas de quien sabe donde… Y se hizo de oro, rico y poderoso.

Tuvo un fallo, pero. Se aficionó a uno de los productos que su flamante flota de avionetas Flotow trasportaba, el más peligroso: la heroína. De tenerlo todo, gracias a su arrojo y buen ojo para detectar los lechos de mercado, pasó a ser un piltrafilla a quien Bonacluso Bonetti permitió pasar dos meses enteritos en los calabozos, pues enfermo y arruinado, no tenía a donde ir. Y pasó, que Cornudelio sufrió en los calabozos su primer síndrome de abstinencia a causa de la natural ausencia de heroína en un centro de reclusión municipal. Alarmado por los alaridos, golpes, saltos que pegaba Cornudelio, Bonacluso Bonetti intentó, sospechando que el desgraciado se había atragantado o algo similar, entrar en la celdilla para auxiliarle, pero fue rechazado por Cornudelio con una fuerza bárbara, inusitada. Cornudelio, como un poseso, gritaba… Aaaaaaaa, aaaaaaa, aaaaaa…Se golpeaba el pecho como un gorila y gritaba. Aaaaaaaa, aaaaaaa, aaaaaa… Sus alaridos, se escuchaban en todo Lpzfhgs.

Durante los dos meses que pasó en el calabozo, bajo los atentos cuidados del Guardia Mayor Municipal, Cornudelio sufrió cincuenta y cuatro síntomas de síndrome de abstinencia. Al principio Bonacluso Bonetti no sabía como manejar el asunto, pero pronto aprendió a dejar tranquilo al chico cuando le daban los arrechuchos, cuando se volvía loco pegando golpes, saltando sobre el camastrillo, colgándose de las rejas, golpeándose el pecho como un gorila y gritando ‘aaaaaaaaaaaaaa, aaaaaaaaaaaaa, aaaaaaaaa….’. Sus alaridos, se escuchaban en todo Lpzfhgs. Cuando remitía la crisis, Bonacluso Bonetti le pasaba una pizza entre las rejas, y poco a poco Cornudelio fue aceptándolas y comenzó a alimentarse. A mediados del último mes las crisis se fueron espaciando, el chico parecía sentirse mejor, y Bonacluso Bonetti le dijo ‘hijo mío, has conseguido curarte, ahora has de salir ahí fuera y reinsertarte en la sociedad, honradamente y sin miedos, si has podido curar tu cuerpo también podrás curar tu alma, ánimo’. Y le dio una carta de recomendación laboral para “Mantequerías y Espolvoreados Viuda de Don Cornudelio e Hijos”.

Llevaba una semana despachando en el mostrador de tan recomendable establecimiento, cuando cayó en la cuenta de que cada tarde, cuando los chicos salían de la escuela, se llegaban hasta la puerta de la tienda y, a resguardo de su mirada, imitaban los gestos de los monos y unos gritaban ‘aaaaaaaaaaaaaa, aaaaaaaaaaaaa, aaaaaaaaa…’, y otros ‘tarzán, tarzán, tarzán de los monos, tarzán de los monos…’, y se partían de la risa y se iban corriendo. Pero un día, después de la habitual chanza y escarnio, le apuntaron con sus tirachinas, y le lanzaron pieles de plátanos y mondongos de perro. Y ese día Tarzán de los Monos lloró, pero eso no sirvió de nada. Enjuagando sus lastimosas lágrimas, sollozando y sorbiendo sus desconsoladas mucosidades, Cornudelio alzó la vista del tristísimo suelo, y vio como el hijo de la viuda de Don Cornudelio, desde el otro extremo del mostrador, se partía de la risa mientras le miraba y se golpeaba el pecho, gritando como un tarzán, aaaaaaaaaaaaaa, aaaaaaaaaaaaa, aaaaaaaaa…

Silla Jotera

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