Érase una vez una gallina, allá en Lpzfhgs, tras los montes de la inaudita lejanía, que se llamaba Tirabuzón y distinguía de todas las demás gallinas de la granja del señor Ölhe por ser de color verde. Una gallina marciana, decía el señor Ölhe, eso es lo que es, una gallina marciana. Y la apartaba de las demás, no fuera a ser que se contagiaran todas y acabara teniendo no una granja de gallinas con una gallina marciana, si no una granja de gallinas marcianas todas ellas, un cambio que no podría pasar desapercibido entre los habitantes de Lpzfhgs, todas esas gallinas verdes, y claro, sin duda dejarían de comprar los afamados huevos del señor Ölhe. ¿Quién iba a comerse una tortilla de huevos marcianos, eh?
Así, la gallina Tirabuzón vivía en un barrilillo de piensos vacío y viejo, que el señor Ölhe había preparado en un extremo de los corralillos, bien lejos del resto de gallináceas. Al estilo Diógenes pero sin su mala leche, porque la gallina Tirabuzón era muy buena, muy buena, y a pesar de ser verde y sufrir expatriación, cada día cumplía con su sagrada obligación, y ponía sus dos huevos… verdes. Dos huevos verdes que el señor Ölhe recogía y hacía desaparecer inmediatamente para que nadie que acertara a pasar por allí los viera.
Un día, pero, uno de los huevos resultó ser de color amarillo. Que novedad más extraña, dijo el señor Ölhe, siempre habían sido verdes, que ya era raro, pero ¿amarillos? Extrañado, cogió el dichoso huevo y lo inspeccionó con ojo aviar. Si no me equivoco, le dijo a la gallina Tirabuzón, has puesto un huevo de oro, muchacha, ja, ja, ja, vamos a ser ricos. Primero, dijo el señor Ölhe, iré al pueblo y tasaré esté huevo en casa del joyero Julius, y luego, ja, ja, ja…
El huevo resultó ser de oro macizo, y su valor descomunal. Loco de alegría y tras visitar el banco de Lpzfhgs, el señor Ölhe volvió a la granja, y le preparó a la gallina Tirabuzón un espacio personal en el mejor lugar del gallinero. Quiero, le dijo el señor Ölhe, que me contagies a todas estas colegas, quiero que se vuelvan verdes como tú, y que den huevos de oro, a partir de ahora seréis todas marcianas, si me hago rico me importa bien poco lo que piensen los habitantes de Lpzfhgs.
En unas semanas, todas las gallinas se habían vuelto verdes y ponían huevos verdes, pero no de oro. Que raro, pensó el señor Ölhe, Tirabuzón es la única que pone huevos de oro. Porque en efecto, Tirabuzón cada día ponía dos huevos, y uno era verde y el otro amarillo, de oro, oro macizo.
Otra semana más, y las gallinas verdes comenzaron a ponerse violetas y a morirse. Pero que es esto, se decía el desesperado señor Ölhe, que es esto. Pues que se morían las gallinas, ni más ni menos, por la mañana comenzaban a ponerse violetas y al mediodía ya habían palmado. Esto es mi ruina, pensó el señor Ölhe, mi ruina. Pero no, se dijo, aún tengo a Tirabuzón y sus huevos de oro, tal vez, prosiguió con sus pensamientos, ya sea hora de cerrar la granja y dedicarme a viajar, a descansar… Durante este tiempo, el señor Ölhe había ingresado en su cuenta corriente 36 huevos de oro, cuyo valor calculado ascendía a algo más de milloncete y medio de euros. Con este dinerillo, se dijo el señor Ölhe (que mediaba la sesentena) me jubilo en Benidorm o Miami. De pronto, se le ocurrió una gran idea. Lo mejor, pensó mientras miraba tiernamente a la gallina Tirabuzón, es que antes de nada regularice esta situación tan embarazosa.
La boda del señor Ölhe con la gallina Tirabuzón escandalizó a la parroquia de Lpzfhgs. Al final se ha casado con la marciana, decían las gentes, es verde como una rana, decían, no, no, como las marcianas. Pero al señor Ölhe, millonario como era, estas malintencionadas interpretaciones le importaban un huevo. Y así, él, la gallina Tirabuzón, y la nueva Visa Oro a nombre de la familia Ölhe, inauguraron su nueva vida con un viajecito a los fiordos noruegos. Falta decir, que la gallina Tirabuzón puso sus dos huevos diarios, uno verde y otro de oro macizo, durante muchos muchos años, los mismos que vivieron ambos con inusitada felicidad, hasta que la muerte les sobrevino cuando se vino abajo el teleférico con el que pretendían subir hasta un coqueto hotelito de Chamonix. Se recuperó el maltrecho cuerpo del infortunado señor Ölhe, pero el cuerpo de la gallina Tirabuzón no apareció por ningún sitio. Se dice, se dice, que antes del accidente huyó con un armador griego que la cortejaba. Otros, dicen que salió volando.
Silla Jotera
viernes, 16 de mayo de 2008
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