Érase una vez que se era un tipo con pinta de cigarra al que en el barrio llamaban El Picha porque con su eterno cigarro en la boca no dejaba de mascullar la palabra picha, picha por aquí picha por allá, picha. El Picha, pues, con su cigarro infinito y su pinta de cigarra, se pasaba el día en el Café de Fleur, consumiendo absentas, comentando los desatinos de los tertulianos televisivos, diciendo picha.
Luego estaba que se era Don Regulo, un tipo con una pinta de hormiga impresionante, alto y delgado, con panchita y extremidades desproporcionadas, vestido de negro y con su sombrerito. Una pinta de hormiga que llegaba a su colmen en una mirada oscura y lateral que asustaba. Don Regulo asustaba, pero como se pasaba el día metido en la oficina bancaria de la que era responsable pues sólo asustaba a los que allí entraban.
Y vete aquí que un día, al alcalde de la agradable población de Lpzfhgs en la que El Picha y Don Regulo moraban, decidió pasarse por la oficina bancaria para interesarse por la marcha de sus ahorros e inversiones, que no eran pocos ni ligeros. Don Regulo recibió al alcalde con la acostumbrada pompa y ceremonia municipal, y tras concluir la recepción con un vino español y algo de picar, ambos se dispusieron a inspeccionar el estado financiero de tan apreciado cliente.
Concluida la inspección y levantado informe, se concluyó que el alcalde estaba triste pero determinantemente arruinado. No se sabía como, pues el mundo de los mercados financieros es inescrutable, las inversiones del alcalde se habían esfumado entre pequeños va y vienes y otras fluctuaciones menos unidireccionales. Ya sabía usted, le dijo Don Regulo, que esto de la bolsa es lo de hoy rico y mañana miserable, y perdone por lo de miserable, usted siempre será un cliente considerado, buenos días señor.
La noticia de la inmediata ruina del alcalde corrió como la pólvora en la pequeña localidad de Lpzfhgs, y a la mañana siguiente las gentes, asustadas ante la posibilidad de una súbita semejanza con el alcalde en la nunca antes habían reparado, corrieron a la oficina bancaria de Don Regulo para inspeccionar sus de pronto frágiles asuntos financieros. Al mediodía, redactados los consecuentes informes de las diversas indagaciones, se concluyó que todo el pueblo estaba en la ruina más absoluta y desoladora. Y no, no se podía saber como, el mercado financiero es como es pero además resultaba intraducible para aquellas rurales gentes a quienes un día tentó un anuncio, una recomendación, una ambición.
Aquel día Don Regulo cerró la oficina bancaria con gran satisfacción. Por cada duro que perdían sus clientes, el banco ganaba dos perras. Pérdidas había, pero eran pérdidas de sus clientes, y al banco al fin sólo le quedaban ganancias. Para eso se inventaron los bancos, así había sido y así sería siempre, mientras hubiera dinero, y fuera este el medio y el fin, tal como siempre ha sido y será. Al cabo, el banco mantenía saneadas sus cuentas, y aunque arruinados sus conciudadanos, estos siempre habían demostrado laboriosidad, y un ánimo a prueba de malos tiempos. Sabrán salir adelante, sabrán ahorrar, volverán a traer sus dineros cuando los tengan, claro que si. Incluso, incluso, pensó Don Regulo, podríamos iniciar una campaña para conceder ciertos créditos en ciertas condiciones, no tan benevolentes como en ocasiones anteriores, claro, que la cosa ya ven que está mal, pero…
Durante un tiempo, las entristecidas y arruinadas gentes de Lpzfhgs se dedicaron, tras los consabidos lamentos, ayes, y algún aislado suicidio, a rehacer sus vidas, trabajos, negocios, haciendas, con empeño y laboriosidad intentaron alcanzar el nivel de alegría y buena vida que un día disfrutaron a base de opciones de riesgo. En vano, pues los nuevos créditos que les había concedido Don Regulo no consiguieron si no desequilibrar a la brava el ya frágil equilibrio de sus demacradas cuentas bancarias. Don Regulo, cada día más atento y solícito con las operaciones de sus clientes, se sentía satisfecho.
Un día Don Regulo olvidó en casa la fiambrerita con la que solía trasportar el acostumbrado almuerzo del mediodía, que realizaba en la misma oficina bancaria. De natural apetente, decidió que haría una excepción y se acercaría al Café de Fleur para comer. Y eso hizo. Cuando Don Regulo entró en el Café de Fleur encontró al alcalde sirviendo las mesas. Que le vamos ha hacer, le dijo este, el pluriempleo ayuda, y las propinas, ya sabe, en fin, que hay que salir adelante, luchar, a ver si consigo reunir unos ahorrillos y... Hace bien, le dijo Don Regulo, el futuro es de los laboriosos y los cautos, y ahora tráigame un bistec con patatas.
En una de las mesas del Café de Fleur se sentaba El Picha, abotargados él y su mesa por los incontables vasos de absenta que se había echado al coleto durante la mañana, mientras corregía con un lápiz despuntado, la musical escritura de una melodía que desde pequeño, que el recordara, se empeñaba en componer, sin saber muy bien por qué y mucho menos como. Después de corregir los garabatos de una penosa hoja con su desdichado lapicero, procedía a entonar los arreglos. La la la la… no, no, ese la es un La, a ver, La la La la, eso es… Y volvía a corregir los garabatos.
Cuando el alcalde sirvió el bistec a Don Regulo este, señalando con la barbilla a El Picha le dijo, oiga, dígale a ese pamplinas que se calle, hombre, que este es un sitio donde las gentes decentes venimos a comer buenamente y no tenemos porque soportar estos espectáculos de beodos mal entonados. Y eso hizo el camarero alcalde, se dirigió a la mesa de El Picha y le pidió a este que, por respeto al alimenticio momento del comensal y compañero de sala, postergara sus esfuerzos líricos para, por ejemplo, el anochecer, menos concurrido. A El Picha no le hizo gracia el recado de su compañero de sala.
Y se levantó y se dirigió a su mesa, y se sentó frente a Don Regulo. Porque no le gustan mis melodías, le preguntó. Perdóneme, pero si esos, digamos coloristas alaridos, son para usted una melodía, yo soy el hombre del tiempo. La sabía, dijo El Picha. El qué, preguntó Don Regulo. Que es usted el hombre del tiempo. No, no, es un decir, yo soy el encargado de la oficina bancaria. Ah, se desinteresó de pronto El Picha, ese, pues vaya. Qué insinúa con ese pues vaya, adujo Don Regulo. Nada, nada, que es usted ese que ha arruinado a todo el pueblo ¿no? Ni mucho menos, se sonrojó Don Regulo atragantándose de paso con un trocito sucinto de bistec perfectamente cortado, al contrario, si la ruina de los lpzfhgsanos no va a más es gracias a mis benéficos y auxiliadores créditos, faltaría más. Ya, dijo El Picha, valorando la posibilidad de volver a su mesa ante la sin importancia de aquel comensal.
Por cierto, dijo Don Regulo, creo que a usted no le he visto nunca por la oficina bancaria. No, dijo El Picha, nunca. Y eso, no me dirá usted que aún guarda sus ahorros bajo una baldosa. No, es que, verá, a mí el dinero me caduca. Que quiere decir. Pues que me caduca, así que mi filosofía es dinero que tengo dinero que gasto, si no me caduca, ya le digo. Pero que barbaridad está diciendo usted, como va a caducar el dinero, madre mía. Pues es una norma mía, ya le digo. Pero, si cada día se gasta usted el dinero que tiene como vive al día siguiente, dígame. Pues consigo más dinero. Consigue usted más dinero, así de fácil, y como lo consigue usted. Vendo canciones. ¿Vende canciones, como la que estaba usted tarareando antes en su mesa? Exactamente. No me haga reír. Oh, siempre puedo volver a mi mesa y continuar tarareando esa nueva cancioncilla, ya sabe, es un poco delirante y repetitiva, y no es barata, aunque más caro el silencio. Ya entiendo, ejem, y, y son muy caras esas, sus cancioncillas. Bueno, ya sabe usted que ahora el mercado está muy movido, están los derechos de autor, el canon, y luego las amortizaciones, plusvalías…
Silla Jotera
viernes, 16 de mayo de 2008
Cuentos Contados: EL RATONCITO PÉREZ 2.0
Érase una vez un tal Pérez, a quien los habitantes de Lpzfhgs llamaban El Ratón, porque era pequeñito, delgadillo, orejudo, con fino bigote, y siempre iba cubierto con una capa negra y larga cuyo vuelo final asemejaba una cola, una cola negra y larga. Este Pérez, a quién digo que llamaban el Ratón y así le llamaremos nosotros, era además una mala persona malcarada y pendenciera, un buscador de pleitos, un genio de las malas ideas. Imaginaos si era malo, que un día, viendo como una simpática anciana (y muy conocida solterona de Lpzfhgs), daba un traspiés en el puente y caía al río Lpzfhgsrhïn, en lugar de socorrerla se dedicó a tirarle piedras y palos mientras le gritaba ‘que no se casa, abuela, que no se casa’. Otro día, como en el colmado no quedaban arenques, cogió a Helmüt, y tras amordazarlo, maniatarlo, salarlo, y colgarlo de los ganchos del gran almacén congelador del Colmado Herr Helmüt, cerró este con candado y tiró la llave al río Lpzfhgsrhïn, probablemente en el mismo lugar donde falleciera la querida frau Lpzfhgscheisen (el recuerdo de 17 generaciones de la casa Lpzfhgscheisen se ahogó también allí).
Las maldades que perpetraba Pérez, el Ratón, no terminan aquí, eran muchas y muy malvadas, pero no vamos a recrearnos en ellas, porque lo que nos importa es lo que pasó en Lpzfhgs una noche de los despertares de la primavera, la noche del 23 de abril del mil no se cuantos y pico.
Esa noche, el Ratón Pérez estaba en el Café de Fleur, tomándose un vaso de vino rancio y limpiándose los uñeros con la afilada punta de su navaja del trece, cuando entró el Picha en el Café de Fleur. En Lpzfhgs le llamaban el Picha porque siempre estaba diciendo picha, picha por aquí, picha por allá, picha. El Picha. El Picha entró en el Café de Fleur, y tras ocupar una mesa en el fondo del local le pidió a Fleur que le sirviera una absenta. Iba a servírsela Fleur, cuando el Ratón Pérez, imposibilitado para no incordiar, terció en el asunto.
Hola Picha, le dijo el Ratón al Picha mientras se sentaba junto a él. Hola Ratón le respondió el Picha al Ratón. Me han dicho, dijo el Ratón, que le has vendido una cancioncilla de esas tuyas al tipejo ese del banco. Así es, respondió el Picha. Y qué, dijo el Ratón, le has sacado mucha pasta. Pss, para ir tirando. Bueno, pues ahora mismo sacas ese dinerito y me lo estás dando, dijo el Ratón, mientras apoyaba la afilada punta de su navaja en el estómago del Picha. Pero hombre Ratón, dijo el Picha, que estos dinerillos me los he ganado honradamente. Más morbo, dijo el Ratón aumentando la presión con su navaja, dame esas perras ya mismo o te pincho como a frau Lpzfhgscheisen. Pero si a esa la ahogaste, le advirtió el Picha. Pues te pincho como a herr Helmüt. Pero si a ese lo secaste. Bueno, dijo el Ratón, pues serás el primero que pinche, venga esas perras.
Que le vamos ha hacer, se dijo el Picha, mejor le entrego las perras, salvo la vida, y mañana será otro día. Y eso hizo, le entregó sus dineros al Ratón. Y este ya se levantaba y raudo comenzaba su huida, cuando el Picha le dijo, espera, espera, dime al menos para que quieres ese dinero que tanto me ha costado ganar honradamente. Bueno, le dijo el Ratón, verás, quiero cambiar de vida, y con este dinero pienso ir a Berlín para estudiar. ¿Estudiar, tú, para qué?, le preguntó el Picha entre sorprendido y muerto de risa. Quiero ser dentista, le respondió el Ratón.
Silla Jotera
Las maldades que perpetraba Pérez, el Ratón, no terminan aquí, eran muchas y muy malvadas, pero no vamos a recrearnos en ellas, porque lo que nos importa es lo que pasó en Lpzfhgs una noche de los despertares de la primavera, la noche del 23 de abril del mil no se cuantos y pico.
Esa noche, el Ratón Pérez estaba en el Café de Fleur, tomándose un vaso de vino rancio y limpiándose los uñeros con la afilada punta de su navaja del trece, cuando entró el Picha en el Café de Fleur. En Lpzfhgs le llamaban el Picha porque siempre estaba diciendo picha, picha por aquí, picha por allá, picha. El Picha. El Picha entró en el Café de Fleur, y tras ocupar una mesa en el fondo del local le pidió a Fleur que le sirviera una absenta. Iba a servírsela Fleur, cuando el Ratón Pérez, imposibilitado para no incordiar, terció en el asunto.
Hola Picha, le dijo el Ratón al Picha mientras se sentaba junto a él. Hola Ratón le respondió el Picha al Ratón. Me han dicho, dijo el Ratón, que le has vendido una cancioncilla de esas tuyas al tipejo ese del banco. Así es, respondió el Picha. Y qué, dijo el Ratón, le has sacado mucha pasta. Pss, para ir tirando. Bueno, pues ahora mismo sacas ese dinerito y me lo estás dando, dijo el Ratón, mientras apoyaba la afilada punta de su navaja en el estómago del Picha. Pero hombre Ratón, dijo el Picha, que estos dinerillos me los he ganado honradamente. Más morbo, dijo el Ratón aumentando la presión con su navaja, dame esas perras ya mismo o te pincho como a frau Lpzfhgscheisen. Pero si a esa la ahogaste, le advirtió el Picha. Pues te pincho como a herr Helmüt. Pero si a ese lo secaste. Bueno, dijo el Ratón, pues serás el primero que pinche, venga esas perras.
Que le vamos ha hacer, se dijo el Picha, mejor le entrego las perras, salvo la vida, y mañana será otro día. Y eso hizo, le entregó sus dineros al Ratón. Y este ya se levantaba y raudo comenzaba su huida, cuando el Picha le dijo, espera, espera, dime al menos para que quieres ese dinero que tanto me ha costado ganar honradamente. Bueno, le dijo el Ratón, verás, quiero cambiar de vida, y con este dinero pienso ir a Berlín para estudiar. ¿Estudiar, tú, para qué?, le preguntó el Picha entre sorprendido y muerto de risa. Quiero ser dentista, le respondió el Ratón.
Silla Jotera
Cuentos Contados: VIAJE AL CENTRO DE LA TIERRA 2.0
Inge Mangeloihem, era un viejecito de apariencia gruñona e insoportable que vivía en la bonita aldea de Lpzfhgs, allá tras los montes del inaudito lejano. Y digo de apariencia, porque así como a primera vista se revelaba un ser huraño e insolente, tras muchísimos años de convivencia se podía llegar a apreciar en él un ligero rasgo, a penas un matiz pero algo es algo, de bonhomía, de humanidad. Esto es lo que le pasaba a la bella Ingrid Mangeloihem, su sobrina, que tras veintidós años bajo la tutela de tío Inge, le tenía cierto aprecio.
Ingrid llegó al hogar del tío Inge contando sólo seis meses, tras la muerte de sus padres en el descarrilamiento del Transiberiano ocurrido por aquel entonces. Ingrid también iba en aquel tren, pero la protección de su cuco y las habilidades de su nana Ingilberta, que desvió con su cabeza la viga de hierro que se dirigía a la cabeza de Ingrid, fueron su salvación. Huérfana, su tutela correspondía a su tío Inge, hermano de Ingridona, la madre de Ingrid. El tío Inge era asquerosamente millonario gracias al comercio de pieles y aceites de pingüino, foca, morsa, orca, y ballena. Aunque montar su gran empresa no fue tarea fácil, y le llevó a recorrer medio mundo en los bergantines de su propiedad, con la edad y la bonanza le asaltó el aburrimiento y nació en él un ánimo sedentario, y el tiempo que no le dedicaba a su empresa lo empezó a dedicar a la ciencia: física, química, geografía, geofísica, astronomía… Y cosas así.
Un día, Ingrid ya contaba veintidós años, el tío Inge se levantó más animado de lo normal, y tras desayunar su tazón de leche de orca y sus tostadas con pingüinos asados, le dijo a Ingrid ‘hoy pondré un anuncio en el diario de Lpzfhgs, quiero encontrar algunos ayudantes para nuestro viaje al centro de la Tierra’. Muy bien, tío Inge, le respondió Ingrid mientras recogía el servicio del desayuno. El tío Inge siempre decía cosas así por la mañana, antes de centrar su mente con dos vasitos de coñac español que guardaba en sus surtidas bodegas. Un día se levantó y dijo ‘me pregunto porqué no se podrá ir a la Luna en submarino’. Otro día se levantó y dijo ‘creo que si consiguiéramos introducirnos por el agujero del culo podríamos desaparecer de esta dimensión y aparecer en otra’. Otro día ‘hoy tengo un ardorcillo de estómago que para qué’. Otro, ‘¿y si los caracoles siguieran una unidad de medida horaria desconocida por nosotros, eh?’ Y así. Por eso, que aquella mañana quisiera viajar al centro de la Tierra no inquietó demasiado a Ingrid. Ya se le pasará, pensó.
Al día siguiente, a primera hora, se presentó en el hogar de los Mangeloihem un joven barbilampiño y de apariencia deslavazada, que dijo llamarse Ingelbich y que venía a ver a su tío, el señor Inge, por el asunto del anuncio del diario. Sorprendida, pero discreta, Inge hizo pasar al muchacho y le acompañó al gabinete de su tío, en el que este pasaba todas sus horas dedicado al estudio y vivisección de la ciencia. Los dos se encerraron en el despacho, y llevaban ya más de dos horas de reunión, cuando volvieron a llamar a la puerta del hogar de los Mangeloihem. Esta vez, cuando Ingrid abrió la puerta se encontró con un hombretón de casi dos pisos de altura y seis camiones de peso. Y era calvo, y tenía cara de bruto, posiblemente era tonto de remate. Pero consiguió, con extrañas palabras, indicarle a Ingrid que venía a ver a su tío Inge, también en relación al asunto del anuncio del diario.
Todo el día estuvieron los tres reunidos en el gabinete del tío Inge, y ni siquiera aceptaron la proposición de Ingrid, consistente en llevarles al gabinete algo ligero pero seguramente delicioso para comer, estofado de morsa por ejemplo. Por la noche, el tío Inge llamó a Ingrid al gabinete. Cuando esta entró se encontró al joven imberbe sentado en el sofá y examinando unos mapas con cara de alucinación, y al hombretón mirando por la ventana del gabinete y murmurando ‘así que hay un centro, eh, el centro, con que el centro, eh, el centro, vaya que si, el centro…’. Ingrid pensó que en la casa de su tío se habían colado dos locos, probablemente peligrosos.
Ingrid, le dijo pomposamente su tío, mañana comenzamos nuestra expedición al mismísimo centro de la Tierra, y nos acompañarán el joven Ingelbich y el señor Ingelbot. Tú, querida sobrina, serás la encargada de nuestra intendencia y alimentación, ya sabes, para ello es imprescindible que ahora mismo comiences los preparativos. Para empezar debes condimentar cientos de pingüinos asados, cincuenta estofados de morsa, cien morcillas de foca, compota de esturión… Y taquitos de grasa de ballena, que a mí me gustan mucho, añadió el joven Ingelbich.
Ingrid hizo las maletas y aquella misma noche cogió el autocar de la línea Lpzfhgs – Montecarlo. Llegada a Montecarlo consiguió trabajo en la cerrajería de madame Loustal e inició una nueva vida. La expedición al centro de la Tierra jamás pudo llevarse a cabo, incapaces el tío Inge, el joven Ingelbich, y el hombretón Ingelbot, de preparar algo para comer durante tamaña aventura.
Silla Jotera
Ingrid llegó al hogar del tío Inge contando sólo seis meses, tras la muerte de sus padres en el descarrilamiento del Transiberiano ocurrido por aquel entonces. Ingrid también iba en aquel tren, pero la protección de su cuco y las habilidades de su nana Ingilberta, que desvió con su cabeza la viga de hierro que se dirigía a la cabeza de Ingrid, fueron su salvación. Huérfana, su tutela correspondía a su tío Inge, hermano de Ingridona, la madre de Ingrid. El tío Inge era asquerosamente millonario gracias al comercio de pieles y aceites de pingüino, foca, morsa, orca, y ballena. Aunque montar su gran empresa no fue tarea fácil, y le llevó a recorrer medio mundo en los bergantines de su propiedad, con la edad y la bonanza le asaltó el aburrimiento y nació en él un ánimo sedentario, y el tiempo que no le dedicaba a su empresa lo empezó a dedicar a la ciencia: física, química, geografía, geofísica, astronomía… Y cosas así.
Un día, Ingrid ya contaba veintidós años, el tío Inge se levantó más animado de lo normal, y tras desayunar su tazón de leche de orca y sus tostadas con pingüinos asados, le dijo a Ingrid ‘hoy pondré un anuncio en el diario de Lpzfhgs, quiero encontrar algunos ayudantes para nuestro viaje al centro de la Tierra’. Muy bien, tío Inge, le respondió Ingrid mientras recogía el servicio del desayuno. El tío Inge siempre decía cosas así por la mañana, antes de centrar su mente con dos vasitos de coñac español que guardaba en sus surtidas bodegas. Un día se levantó y dijo ‘me pregunto porqué no se podrá ir a la Luna en submarino’. Otro día se levantó y dijo ‘creo que si consiguiéramos introducirnos por el agujero del culo podríamos desaparecer de esta dimensión y aparecer en otra’. Otro día ‘hoy tengo un ardorcillo de estómago que para qué’. Otro, ‘¿y si los caracoles siguieran una unidad de medida horaria desconocida por nosotros, eh?’ Y así. Por eso, que aquella mañana quisiera viajar al centro de la Tierra no inquietó demasiado a Ingrid. Ya se le pasará, pensó.
Al día siguiente, a primera hora, se presentó en el hogar de los Mangeloihem un joven barbilampiño y de apariencia deslavazada, que dijo llamarse Ingelbich y que venía a ver a su tío, el señor Inge, por el asunto del anuncio del diario. Sorprendida, pero discreta, Inge hizo pasar al muchacho y le acompañó al gabinete de su tío, en el que este pasaba todas sus horas dedicado al estudio y vivisección de la ciencia. Los dos se encerraron en el despacho, y llevaban ya más de dos horas de reunión, cuando volvieron a llamar a la puerta del hogar de los Mangeloihem. Esta vez, cuando Ingrid abrió la puerta se encontró con un hombretón de casi dos pisos de altura y seis camiones de peso. Y era calvo, y tenía cara de bruto, posiblemente era tonto de remate. Pero consiguió, con extrañas palabras, indicarle a Ingrid que venía a ver a su tío Inge, también en relación al asunto del anuncio del diario.
Todo el día estuvieron los tres reunidos en el gabinete del tío Inge, y ni siquiera aceptaron la proposición de Ingrid, consistente en llevarles al gabinete algo ligero pero seguramente delicioso para comer, estofado de morsa por ejemplo. Por la noche, el tío Inge llamó a Ingrid al gabinete. Cuando esta entró se encontró al joven imberbe sentado en el sofá y examinando unos mapas con cara de alucinación, y al hombretón mirando por la ventana del gabinete y murmurando ‘así que hay un centro, eh, el centro, con que el centro, eh, el centro, vaya que si, el centro…’. Ingrid pensó que en la casa de su tío se habían colado dos locos, probablemente peligrosos.
Ingrid, le dijo pomposamente su tío, mañana comenzamos nuestra expedición al mismísimo centro de la Tierra, y nos acompañarán el joven Ingelbich y el señor Ingelbot. Tú, querida sobrina, serás la encargada de nuestra intendencia y alimentación, ya sabes, para ello es imprescindible que ahora mismo comiences los preparativos. Para empezar debes condimentar cientos de pingüinos asados, cincuenta estofados de morsa, cien morcillas de foca, compota de esturión… Y taquitos de grasa de ballena, que a mí me gustan mucho, añadió el joven Ingelbich.
Ingrid hizo las maletas y aquella misma noche cogió el autocar de la línea Lpzfhgs – Montecarlo. Llegada a Montecarlo consiguió trabajo en la cerrajería de madame Loustal e inició una nueva vida. La expedición al centro de la Tierra jamás pudo llevarse a cabo, incapaces el tío Inge, el joven Ingelbich, y el hombretón Ingelbot, de preparar algo para comer durante tamaña aventura.
Silla Jotera
Cuentos Contados: EL HOMBRE INVISIBLE 2.0
El Hombre Invisible nació una hermosa mañana de verano en la preciosísima aldea de Lpzfhgs, allá tras los montes del inaudito lejano. Como era invisible, al nacer nadie lo vio, y el pequeño Bebé Invisible pasó inadvertido para su madre, su abuela y la comadrona. Que raro, dijo esta, tendría que haber nacido algo. Pero no, aunque la barriga de la mamá del Hombre Invisible había sido hasta el momento bien evidente y prominente incluso. También habían sido evidentes y bien verdaderos los espasmos, el romper aguas, de hecho hasta parecía haberse escuchado el llanto de un bebé, pero que, nada. Allí no había nada. Nada, sin embargo, como una madre para deshacer estos entuertos filiales. Palpando con sus manos por la cama, halló al neonato. Lo veis, dijo la mamá del Hombre Invisible, no me creísteis cuando os conté que me había dejado preñada un espíritu, una especie de palomo santo que llegó hasta mi ventana, pues ahora ya veis que así fue y que lo más lógico es que el niño nazca invisible, incorpóreo y eminentemente espiritual. Tú hija mía, dijo su madre, lo que eres es un putón de mucho cuidado.
Pero a lo hecho pecho. Y en el pecho leche, mucha leche, y así fue creciendo el Bebé Invisible, invisible, pero parecía ser que sin mayores problemas. Cuando alcanzó la edad en la que los chicos deben acudir a la escuela, la abuela buscó al jovenzuelo Niño Invisible por toda la casa, y tres días más tarde lo encontró y le dijo que había llegado el momento de comenzar su instrucción escolar, pero que no se preocupara porque le había hecho una capucha y unos guantes de ganchillo, y con ellos y las habituales vestimentas de cualquier persona conseguiría parecer un chico normal. Pero pareceré un niño falso, abuela, le dijo el chico. Mejor ser falso que ser nada, le dijo la abuela. La capucha era espectacular, incluso llevaba dibujados los ojos, las cejas, los labios, las orejas. Los guantes llevaban dibujadas las uñas y una especie de líneas de la mano. La abuela remató el trabajo de satrería con una gabardina verde y un gorrito de cazador con una pluma de faisán de adorno. Que se te vea bien, le dijo la abuela al Niño Invisible.
Fue duro el comienzo de su etapa escolar. Entre los compañeros más cercanos corría el rumor de que había nacido deforme y monstruoso a causa de una sífilis que le contagió su madre, que era una puta. Entre las chicas corría el rumor de que era un violador que ocultaba su identidad con una capucha para que cuando violara a las chicas estas no le reconocieran. Entre los profesores llegó a especularse con que era un inspector del ministerio de educación camuflado. Objeto de burla y humillaciones sin par y sin fin, el ya Joven Invisible consiguió llegar a la Universidad y matricularse en Física y Química. Tras tantos años de sin sabores, era el momento de alcanzar los conocimientos necesarios para poner fin a su problema, a su tormento, y comenzar lo que ya comenzaba a asemejarse al comienzo de un plan de venganza. Para llevarlo a cabo, dedujo, estudiaré Física y Química, así conoceré los estados de los cuerpos y las fuerzas y los fenómenos que actúan e influyen sobre ellos.
Cinco años más tarde conseguía su título, y entraba a trabajar en los famosos Laboratorios Juanola. El trabajo no era mucho, allí sólo trabajaban el viejo doctor Juanola, su hijo Juanolillo, y ahora el recién contratado Joven Invisible, y toda la faena consistía en preparar una masa pegajosa a base de regaliz y cuatro porquerías, hacer con ella una fina tableta y cortarla en pequeños rombos, que luego se metían en una cajitas redondas y rojas, que luego se empaquetaban y remitían a las farmacias de Lpzfhgs, de la comarca, la región… Así, al Joven Invisible le quedaba tiempo para usar el estupendo laboratorio del doctor Juanola, y realizar los experimentos necesarios para vencer la invisibilidad que le atormentaba desde su nacimiento.
Otros cinco años más tarde, las famosas Pastillas Juanola se vendían en toda Europa, y el ya Hombre Invisible culminaba la construcción de su Máquina de Visibilidad, un trasto en el que debería meterse y en el cual, tras accionar unas palanquitas y poner en marcha diversos procesos mecánicos, físicos, y químicos, debería recobrar su visibilidad, una visibilidad perdurable hasta su muerte. Todo estaba a punto, y una noche que el Hombre Invisible estaba sólo en el laboratorio, subió la Maquina de Visibilidad desde el sotanillo donde la había construido a resguardo de la miradas ajenas, y se dispuso a iniciar el experimento. Para ello se desnudó y se quitó la capucha y los guantes. Ya desnudo, totalmente invisible, se introdujo en la máquina, se sentó en una sillita que había dispuesto, suspiró, y accionó unas palanquitas. Una descarga electrotécnica de aquí te espero recorrió el invisible cuerpo del Hombre Invisible.
Como comprobó ante un espejo cuando salió de la Máquina de Visibilidad, el Hombre Invisible ya era totalmente visible. Oh si, gritó el ya visible Hombre Invisible, lo he conseguido. Cuando, horas más tarde, llegaron al laboratorio el doctor Juanola y su hijo, no daban crédito ni a lo que el ahora Hombre Visible les contaba, ni a lo que veían sus ojos, aquella máquina descomunal y de otro mundo allá en su aséptico laboratorio. Pero lo más increíble, lo muy increíble, era la nueva apariencia del muchacho sin su capucha y guantes a medida, sin gabardina y gorrillo silvestre, la nueva apariencia del nuevo Hombre Visible. Porque, esas guedejas, esas barbas, ese rostro desconsolado, esa profunda, perdida mirada, ese taparrabos, la posición cruzada de sus piernas, la herida a la altura del costillar, los clavos en las manos, los brazos en cruz…
Silla Jotera
Pero a lo hecho pecho. Y en el pecho leche, mucha leche, y así fue creciendo el Bebé Invisible, invisible, pero parecía ser que sin mayores problemas. Cuando alcanzó la edad en la que los chicos deben acudir a la escuela, la abuela buscó al jovenzuelo Niño Invisible por toda la casa, y tres días más tarde lo encontró y le dijo que había llegado el momento de comenzar su instrucción escolar, pero que no se preocupara porque le había hecho una capucha y unos guantes de ganchillo, y con ellos y las habituales vestimentas de cualquier persona conseguiría parecer un chico normal. Pero pareceré un niño falso, abuela, le dijo el chico. Mejor ser falso que ser nada, le dijo la abuela. La capucha era espectacular, incluso llevaba dibujados los ojos, las cejas, los labios, las orejas. Los guantes llevaban dibujadas las uñas y una especie de líneas de la mano. La abuela remató el trabajo de satrería con una gabardina verde y un gorrito de cazador con una pluma de faisán de adorno. Que se te vea bien, le dijo la abuela al Niño Invisible.
Fue duro el comienzo de su etapa escolar. Entre los compañeros más cercanos corría el rumor de que había nacido deforme y monstruoso a causa de una sífilis que le contagió su madre, que era una puta. Entre las chicas corría el rumor de que era un violador que ocultaba su identidad con una capucha para que cuando violara a las chicas estas no le reconocieran. Entre los profesores llegó a especularse con que era un inspector del ministerio de educación camuflado. Objeto de burla y humillaciones sin par y sin fin, el ya Joven Invisible consiguió llegar a la Universidad y matricularse en Física y Química. Tras tantos años de sin sabores, era el momento de alcanzar los conocimientos necesarios para poner fin a su problema, a su tormento, y comenzar lo que ya comenzaba a asemejarse al comienzo de un plan de venganza. Para llevarlo a cabo, dedujo, estudiaré Física y Química, así conoceré los estados de los cuerpos y las fuerzas y los fenómenos que actúan e influyen sobre ellos.
Cinco años más tarde conseguía su título, y entraba a trabajar en los famosos Laboratorios Juanola. El trabajo no era mucho, allí sólo trabajaban el viejo doctor Juanola, su hijo Juanolillo, y ahora el recién contratado Joven Invisible, y toda la faena consistía en preparar una masa pegajosa a base de regaliz y cuatro porquerías, hacer con ella una fina tableta y cortarla en pequeños rombos, que luego se metían en una cajitas redondas y rojas, que luego se empaquetaban y remitían a las farmacias de Lpzfhgs, de la comarca, la región… Así, al Joven Invisible le quedaba tiempo para usar el estupendo laboratorio del doctor Juanola, y realizar los experimentos necesarios para vencer la invisibilidad que le atormentaba desde su nacimiento.
Otros cinco años más tarde, las famosas Pastillas Juanola se vendían en toda Europa, y el ya Hombre Invisible culminaba la construcción de su Máquina de Visibilidad, un trasto en el que debería meterse y en el cual, tras accionar unas palanquitas y poner en marcha diversos procesos mecánicos, físicos, y químicos, debería recobrar su visibilidad, una visibilidad perdurable hasta su muerte. Todo estaba a punto, y una noche que el Hombre Invisible estaba sólo en el laboratorio, subió la Maquina de Visibilidad desde el sotanillo donde la había construido a resguardo de la miradas ajenas, y se dispuso a iniciar el experimento. Para ello se desnudó y se quitó la capucha y los guantes. Ya desnudo, totalmente invisible, se introdujo en la máquina, se sentó en una sillita que había dispuesto, suspiró, y accionó unas palanquitas. Una descarga electrotécnica de aquí te espero recorrió el invisible cuerpo del Hombre Invisible.
Como comprobó ante un espejo cuando salió de la Máquina de Visibilidad, el Hombre Invisible ya era totalmente visible. Oh si, gritó el ya visible Hombre Invisible, lo he conseguido. Cuando, horas más tarde, llegaron al laboratorio el doctor Juanola y su hijo, no daban crédito ni a lo que el ahora Hombre Visible les contaba, ni a lo que veían sus ojos, aquella máquina descomunal y de otro mundo allá en su aséptico laboratorio. Pero lo más increíble, lo muy increíble, era la nueva apariencia del muchacho sin su capucha y guantes a medida, sin gabardina y gorrillo silvestre, la nueva apariencia del nuevo Hombre Visible. Porque, esas guedejas, esas barbas, ese rostro desconsolado, esa profunda, perdida mirada, ese taparrabos, la posición cruzada de sus piernas, la herida a la altura del costillar, los clavos en las manos, los brazos en cruz…
Silla Jotera
Cuentos Contados: LAS PERDIZES 2.0
En las afueras de Lpzfhgs, allá en el inaudito lejano, hay una zona de lindos pastos, prados y matorrales, en la que vivían una pareja de perdices enamoradas. Vivían muy felices en su cuevecita perdicera y eran muy queridos por sus vecinos, la familia Palomo, doña Urraca…
Un día, era verano, hacía mucho calor y los granos de trigo lloraban dulces lágrimas, el enamorado Perdiz fue al taller mecánico para recoger su viejo aeroplano, y la enamorada Perdiz estaba sola en su perdicera, cuando pasó por allí un cazador de perdices. Poco le costó cazar a la pobrecita Perdiz, haciendo la siesta como estaba. Estupendo, se dijo el cazador, una perdiz más y esta noche los Príncipes comerán perdices.
Cuando el enamorado Perdiz llegó a la perdicera y, ay, la vio vacía, las tinieblas nublaron su vista, la desdicha se abatió sobre él. Entonces, un perdigón le atravesó el corazón. Y colorín, colorado.
Silla Jotera
Un día, era verano, hacía mucho calor y los granos de trigo lloraban dulces lágrimas, el enamorado Perdiz fue al taller mecánico para recoger su viejo aeroplano, y la enamorada Perdiz estaba sola en su perdicera, cuando pasó por allí un cazador de perdices. Poco le costó cazar a la pobrecita Perdiz, haciendo la siesta como estaba. Estupendo, se dijo el cazador, una perdiz más y esta noche los Príncipes comerán perdices.
Cuando el enamorado Perdiz llegó a la perdicera y, ay, la vio vacía, las tinieblas nublaron su vista, la desdicha se abatió sobre él. Entonces, un perdigón le atravesó el corazón. Y colorín, colorado.
Silla Jotera
Cuentos Contados: EL PRÍNCIPE QUE SALIÓ RANA 2.0
Érase que se era una vez una Princesa, que se llamaba Teodora y era más bonita que un amanecer entre las piernas de una estrella de Hollywood. La Princesa Teodora tenía un padre, que era el Rey Teodoresky, y que era muy malo muy malo y no la quería nada. Un día, en viendo el Rey Teodoresky que la princesa Teodora crecía muy guapa y turbadora, y que sus caballeros se ponían nerviosillos cuando ella andaba por los alrededores, decidió ocultar su belleza encerrándola en la torre más alta del castillo.
La pobre Princesa Teodora, allí encerrada, se volvía loca de soledad, destemplanza y desaliño, y se puso tan tan enferma, que el malvado Rey no tuvo más remedio que mandar llamar al médico de la corte. La Princesa sufre ‘melancoliensis gravitis’, dictaminó el galeno. Y que podemos hacer, inquirió el Rey. Lo mejor, aconsejó el discípulo hipocrático, es que dispongáis una granja de ranas y que se coma tres al día, mañana, tarde y noche. ¿Ranas?, preguntó el Rey muy muy incrédulo, ¿estáis seguro? Ranas, sentenció el médico, tres al día, asadas, hervidas o confitadas, pero ranas.
A los caballeros, soldados y lacayos del castillo, les fue encomendada la tarea de asaltar las charcas de la región y capturar cuantas más ranas mejor, para depositarlas después en un práctico criadero que los carpinteros de la corte andaban ya preparando. Se reunieron miles de ranas, y los cocineros se dispusieron a prepararlas para su condimento y cocción, fritura, asado… Aunque al principio a la Princesa todas las ranas le parecían iguales, con el tiempo aprendió a diferenciar sus charcas de procedencia atendiendo a sus sabores y carnales texturas.
Un día, la Princesa recibió, como consumidora número uno de sus productos, una invitación para visitar la granja de ranas de la que provenía su alimento y medicamento. Al entrar en la granja, lo primero que llamó su atención fue el estruendoso estruendo que alzaban aquellos verdosos bichos con su ininterrumpido croar. Luego apreció el aroma a charca, a húmedos hierbajos. Finalmente se fijó en una ranita tímida y de delicada cintura que se hallaba un poco apartada de las demás. La Princesa se acercó a ella y le preguntó ‘que te pasa, ranita, porque no juegas con tus amiguitas’. No soy una ranita, le respondió la rana, soy un Príncipe de mucho cuidao, lo que pasa es que la Bruja de Constantinopla me hizo un conjuro y me convirtió en rana, y así me veo. Que pena más grande, dijo la Princesa Teodora, vivir condenado a ser un feo saurio habiendo sido un Príncipe. Y muy apuesto por cierto, apuntó la rana, mientras extraía de debajo de su piel un pequeño lienzo en el que aparecía retratado con honrosos ropajes y sobrada donosura. Visto lo visto, la Princesa ordenó que separaran del anfibio rebaño a aquella ranita, y que la trasladaran a sus aposentos.
Una vez en ellos, la Princesa, sosteniendo a la ranita sobre la palma de una de sus delicadas manos, le dijo: verás, he escuchado que existe una fórmula para deshacer este tipo de conjuros de bruja barata. No puede ser, dijo la rana, eso sería mi salvación, rápido, decidme cual es, por piedad. Bueno, ejem, bastará con que una bella Princesa que yo me sé os de un apasionado beso en los labios, entonces se deshará el entuerto y recobraréis vuestra principesca apariencia, luego, para mantener anulado el conjuro in eternum, sólo deberéis desposaros conmigo. Ah no, exclamó la rana, no puedo aceptar ese trato. Pero porqué, inquirió la Princesa, acaso no soy bella o de vuestro agrado, acaso no es poderoso el reino que algún día os ofreceré. No, no, si eso está muy bien, pasa que, que, bueno, que a mí no me va eso de dar besos a las chicas, que yo, que yo… Bue, zanjó la Princesa, que sois príncipe y sois rana, y además, más maricón que un palomo cojo.
Silla Jotera
La pobre Princesa Teodora, allí encerrada, se volvía loca de soledad, destemplanza y desaliño, y se puso tan tan enferma, que el malvado Rey no tuvo más remedio que mandar llamar al médico de la corte. La Princesa sufre ‘melancoliensis gravitis’, dictaminó el galeno. Y que podemos hacer, inquirió el Rey. Lo mejor, aconsejó el discípulo hipocrático, es que dispongáis una granja de ranas y que se coma tres al día, mañana, tarde y noche. ¿Ranas?, preguntó el Rey muy muy incrédulo, ¿estáis seguro? Ranas, sentenció el médico, tres al día, asadas, hervidas o confitadas, pero ranas.
A los caballeros, soldados y lacayos del castillo, les fue encomendada la tarea de asaltar las charcas de la región y capturar cuantas más ranas mejor, para depositarlas después en un práctico criadero que los carpinteros de la corte andaban ya preparando. Se reunieron miles de ranas, y los cocineros se dispusieron a prepararlas para su condimento y cocción, fritura, asado… Aunque al principio a la Princesa todas las ranas le parecían iguales, con el tiempo aprendió a diferenciar sus charcas de procedencia atendiendo a sus sabores y carnales texturas.
Un día, la Princesa recibió, como consumidora número uno de sus productos, una invitación para visitar la granja de ranas de la que provenía su alimento y medicamento. Al entrar en la granja, lo primero que llamó su atención fue el estruendoso estruendo que alzaban aquellos verdosos bichos con su ininterrumpido croar. Luego apreció el aroma a charca, a húmedos hierbajos. Finalmente se fijó en una ranita tímida y de delicada cintura que se hallaba un poco apartada de las demás. La Princesa se acercó a ella y le preguntó ‘que te pasa, ranita, porque no juegas con tus amiguitas’. No soy una ranita, le respondió la rana, soy un Príncipe de mucho cuidao, lo que pasa es que la Bruja de Constantinopla me hizo un conjuro y me convirtió en rana, y así me veo. Que pena más grande, dijo la Princesa Teodora, vivir condenado a ser un feo saurio habiendo sido un Príncipe. Y muy apuesto por cierto, apuntó la rana, mientras extraía de debajo de su piel un pequeño lienzo en el que aparecía retratado con honrosos ropajes y sobrada donosura. Visto lo visto, la Princesa ordenó que separaran del anfibio rebaño a aquella ranita, y que la trasladaran a sus aposentos.
Una vez en ellos, la Princesa, sosteniendo a la ranita sobre la palma de una de sus delicadas manos, le dijo: verás, he escuchado que existe una fórmula para deshacer este tipo de conjuros de bruja barata. No puede ser, dijo la rana, eso sería mi salvación, rápido, decidme cual es, por piedad. Bueno, ejem, bastará con que una bella Princesa que yo me sé os de un apasionado beso en los labios, entonces se deshará el entuerto y recobraréis vuestra principesca apariencia, luego, para mantener anulado el conjuro in eternum, sólo deberéis desposaros conmigo. Ah no, exclamó la rana, no puedo aceptar ese trato. Pero porqué, inquirió la Princesa, acaso no soy bella o de vuestro agrado, acaso no es poderoso el reino que algún día os ofreceré. No, no, si eso está muy bien, pasa que, que, bueno, que a mí no me va eso de dar besos a las chicas, que yo, que yo… Bue, zanjó la Princesa, que sois príncipe y sois rana, y además, más maricón que un palomo cojo.
Silla Jotera
Cuentos Contados: TARZÁN DE LOS MONOS 2.0
Hace mucho tiempo, en los arrabales de Lpzfhgs (allá tras el inaudito lejano y sus montes), nació un muchacho al que llamaron Cornudelio, porque fue hallado, envuelto en una humilde manta, junto a la puerta del establecimiento “Mantequerías y Espolvoreados Viuda de Don Cornudelio e Hijos”. El chico creció sólo en el hospicio social de Lpzfhgs, pues era el único huérfano o abandonado de la localidad, y alimentado a base de las mantequillas y espolvoreados con los que, en un acto de caridad, surtía al hospicio la viuda de don Cornudelio. Pero a la que estuvo en edad de trabajar se cerró el hospicio y Cornudelio se vio en la calle, abandonado por todos y por todo. Así fue, simplemente.
Pronto aprendió Cornudelio los sinsabores de una vida al aire libre. Y también sus virtudes, pues poco tardó en licenciarse en las más variadas artes de la subsistencia: distracción, engaño, siseo, mangada, rapiña, nocturnidad, escalo, hurto… y huida. En nada, se doctoró reventando la persiana y la caja de “Mantequerías y Espolvoreados Viuda de Don Cornudelio e Hijos”. Fue poco después cuando Bonacluso Bonetti, Guardia Mayor Municipal de Lpzfhgs, alarmado por el novedoso aumento de atracos que sufría la hasta el momento apacible localidad, y avisado de los malos haceres de Cornudelio, a quien todo el pueblo señalaba pues realizaba sus delinquismos a descubierta faz, puso en marcha un plan de captura. Veintisiete planes puso en marcha Bonacluso Bonetti, y todos fracasaron. Cornudelio, proseguía su meteórico ascenso en el mundo del hampa comarcal, regional, nacional, internacional incluso. Ahora, se dedicaba a exportar drogas peligrosísimas de los peores países del mundo entero. Haixix de allá abajo, heroína de allá el este, aspirinas de quien sabe donde… Y se hizo de oro, rico y poderoso.
Tuvo un fallo, pero. Se aficionó a uno de los productos que su flamante flota de avionetas Flotow trasportaba, el más peligroso: la heroína. De tenerlo todo, gracias a su arrojo y buen ojo para detectar los lechos de mercado, pasó a ser un piltrafilla a quien Bonacluso Bonetti permitió pasar dos meses enteritos en los calabozos, pues enfermo y arruinado, no tenía a donde ir. Y pasó, que Cornudelio sufrió en los calabozos su primer síndrome de abstinencia a causa de la natural ausencia de heroína en un centro de reclusión municipal. Alarmado por los alaridos, golpes, saltos que pegaba Cornudelio, Bonacluso Bonetti intentó, sospechando que el desgraciado se había atragantado o algo similar, entrar en la celdilla para auxiliarle, pero fue rechazado por Cornudelio con una fuerza bárbara, inusitada. Cornudelio, como un poseso, gritaba… Aaaaaaaa, aaaaaaa, aaaaaa…Se golpeaba el pecho como un gorila y gritaba. Aaaaaaaa, aaaaaaa, aaaaaa… Sus alaridos, se escuchaban en todo Lpzfhgs.
Durante los dos meses que pasó en el calabozo, bajo los atentos cuidados del Guardia Mayor Municipal, Cornudelio sufrió cincuenta y cuatro síntomas de síndrome de abstinencia. Al principio Bonacluso Bonetti no sabía como manejar el asunto, pero pronto aprendió a dejar tranquilo al chico cuando le daban los arrechuchos, cuando se volvía loco pegando golpes, saltando sobre el camastrillo, colgándose de las rejas, golpeándose el pecho como un gorila y gritando ‘aaaaaaaaaaaaaa, aaaaaaaaaaaaa, aaaaaaaaa….’. Sus alaridos, se escuchaban en todo Lpzfhgs. Cuando remitía la crisis, Bonacluso Bonetti le pasaba una pizza entre las rejas, y poco a poco Cornudelio fue aceptándolas y comenzó a alimentarse. A mediados del último mes las crisis se fueron espaciando, el chico parecía sentirse mejor, y Bonacluso Bonetti le dijo ‘hijo mío, has conseguido curarte, ahora has de salir ahí fuera y reinsertarte en la sociedad, honradamente y sin miedos, si has podido curar tu cuerpo también podrás curar tu alma, ánimo’. Y le dio una carta de recomendación laboral para “Mantequerías y Espolvoreados Viuda de Don Cornudelio e Hijos”.
Llevaba una semana despachando en el mostrador de tan recomendable establecimiento, cuando cayó en la cuenta de que cada tarde, cuando los chicos salían de la escuela, se llegaban hasta la puerta de la tienda y, a resguardo de su mirada, imitaban los gestos de los monos y unos gritaban ‘aaaaaaaaaaaaaa, aaaaaaaaaaaaa, aaaaaaaaa…’, y otros ‘tarzán, tarzán, tarzán de los monos, tarzán de los monos…’, y se partían de la risa y se iban corriendo. Pero un día, después de la habitual chanza y escarnio, le apuntaron con sus tirachinas, y le lanzaron pieles de plátanos y mondongos de perro. Y ese día Tarzán de los Monos lloró, pero eso no sirvió de nada. Enjuagando sus lastimosas lágrimas, sollozando y sorbiendo sus desconsoladas mucosidades, Cornudelio alzó la vista del tristísimo suelo, y vio como el hijo de la viuda de Don Cornudelio, desde el otro extremo del mostrador, se partía de la risa mientras le miraba y se golpeaba el pecho, gritando como un tarzán, aaaaaaaaaaaaaa, aaaaaaaaaaaaa, aaaaaaaaa…
Silla Jotera
Pronto aprendió Cornudelio los sinsabores de una vida al aire libre. Y también sus virtudes, pues poco tardó en licenciarse en las más variadas artes de la subsistencia: distracción, engaño, siseo, mangada, rapiña, nocturnidad, escalo, hurto… y huida. En nada, se doctoró reventando la persiana y la caja de “Mantequerías y Espolvoreados Viuda de Don Cornudelio e Hijos”. Fue poco después cuando Bonacluso Bonetti, Guardia Mayor Municipal de Lpzfhgs, alarmado por el novedoso aumento de atracos que sufría la hasta el momento apacible localidad, y avisado de los malos haceres de Cornudelio, a quien todo el pueblo señalaba pues realizaba sus delinquismos a descubierta faz, puso en marcha un plan de captura. Veintisiete planes puso en marcha Bonacluso Bonetti, y todos fracasaron. Cornudelio, proseguía su meteórico ascenso en el mundo del hampa comarcal, regional, nacional, internacional incluso. Ahora, se dedicaba a exportar drogas peligrosísimas de los peores países del mundo entero. Haixix de allá abajo, heroína de allá el este, aspirinas de quien sabe donde… Y se hizo de oro, rico y poderoso.
Tuvo un fallo, pero. Se aficionó a uno de los productos que su flamante flota de avionetas Flotow trasportaba, el más peligroso: la heroína. De tenerlo todo, gracias a su arrojo y buen ojo para detectar los lechos de mercado, pasó a ser un piltrafilla a quien Bonacluso Bonetti permitió pasar dos meses enteritos en los calabozos, pues enfermo y arruinado, no tenía a donde ir. Y pasó, que Cornudelio sufrió en los calabozos su primer síndrome de abstinencia a causa de la natural ausencia de heroína en un centro de reclusión municipal. Alarmado por los alaridos, golpes, saltos que pegaba Cornudelio, Bonacluso Bonetti intentó, sospechando que el desgraciado se había atragantado o algo similar, entrar en la celdilla para auxiliarle, pero fue rechazado por Cornudelio con una fuerza bárbara, inusitada. Cornudelio, como un poseso, gritaba… Aaaaaaaa, aaaaaaa, aaaaaa…Se golpeaba el pecho como un gorila y gritaba. Aaaaaaaa, aaaaaaa, aaaaaa… Sus alaridos, se escuchaban en todo Lpzfhgs.
Durante los dos meses que pasó en el calabozo, bajo los atentos cuidados del Guardia Mayor Municipal, Cornudelio sufrió cincuenta y cuatro síntomas de síndrome de abstinencia. Al principio Bonacluso Bonetti no sabía como manejar el asunto, pero pronto aprendió a dejar tranquilo al chico cuando le daban los arrechuchos, cuando se volvía loco pegando golpes, saltando sobre el camastrillo, colgándose de las rejas, golpeándose el pecho como un gorila y gritando ‘aaaaaaaaaaaaaa, aaaaaaaaaaaaa, aaaaaaaaa….’. Sus alaridos, se escuchaban en todo Lpzfhgs. Cuando remitía la crisis, Bonacluso Bonetti le pasaba una pizza entre las rejas, y poco a poco Cornudelio fue aceptándolas y comenzó a alimentarse. A mediados del último mes las crisis se fueron espaciando, el chico parecía sentirse mejor, y Bonacluso Bonetti le dijo ‘hijo mío, has conseguido curarte, ahora has de salir ahí fuera y reinsertarte en la sociedad, honradamente y sin miedos, si has podido curar tu cuerpo también podrás curar tu alma, ánimo’. Y le dio una carta de recomendación laboral para “Mantequerías y Espolvoreados Viuda de Don Cornudelio e Hijos”.
Llevaba una semana despachando en el mostrador de tan recomendable establecimiento, cuando cayó en la cuenta de que cada tarde, cuando los chicos salían de la escuela, se llegaban hasta la puerta de la tienda y, a resguardo de su mirada, imitaban los gestos de los monos y unos gritaban ‘aaaaaaaaaaaaaa, aaaaaaaaaaaaa, aaaaaaaaa…’, y otros ‘tarzán, tarzán, tarzán de los monos, tarzán de los monos…’, y se partían de la risa y se iban corriendo. Pero un día, después de la habitual chanza y escarnio, le apuntaron con sus tirachinas, y le lanzaron pieles de plátanos y mondongos de perro. Y ese día Tarzán de los Monos lloró, pero eso no sirvió de nada. Enjuagando sus lastimosas lágrimas, sollozando y sorbiendo sus desconsoladas mucosidades, Cornudelio alzó la vista del tristísimo suelo, y vio como el hijo de la viuda de Don Cornudelio, desde el otro extremo del mostrador, se partía de la risa mientras le miraba y se golpeaba el pecho, gritando como un tarzán, aaaaaaaaaaaaaa, aaaaaaaaaaaaa, aaaaaaaaa…
Silla Jotera
Cuentos Contados: MARÍA SALAMIENTO 2.0
¿Queréis que os cuente un cuento? Os contaré el de María Salamiento. María Salamiento era la hija del comandante de aviación Stuartfritzjames Salamiento, más conocido en los ambientes aéreos como El Héroe de las Sedosas Nubes Deslumbrantes, pues en su ya dilatada historia voladora se contaban como leyendas imposibles sus arriesgados raids aéreos contra Lindberg, contra el Barón Rojo, contra Saint-Exuperí, contra Amstrong y Aldrin… A todos derribó.
El comandante Stuartfritzjames Salamiento era el jefe supremo de la EAPIACAAIPPERONO (Escuadrilla Área de Protección Inmediata y Absoluta en Caso de Ataques Aéreos Inesperados por parte del Enemigo ya sea este Reconocido o No), que tenía su base en el aeropuerto de Lpzfhgs, allá tras los montes de la lejanía inaudita. Él y su hija María Salamiento vivían en las instalaciones del aeropuerto, en una casita de planta baja con jardín y barbacoa. No vivía con ellos su mamá, pues un día el capitán la invitó a viajar en su avioneta, ella no se puso el cinturón, y en un bonito loop de demostración se soltó y se vino abajo. No fue del todo una pérdida irreparable, pues hallaron los despojos de la señora empotrados en una pista de aterrizaje, pero fue una pérdida al fin y al cabo. Por si esto no fuera suficientemente triste, María Salamiento perdió un ojo y una pierna cuando la atropelló el capitán Salamiento en uno de sus repentinos despegues desde el patio de la casa. Coja y tuerta, pero, no dejaba de tener sus encantos María Salamiento, pues era muy hacendosa y cocinaba en plan arguiñano.
Un día, María Salamiento, cojeando, preparó un chamorro murciano para el capitán Salamiento, que era muy aficionado a la comida provincial de otras regiones. Pero ese día el capitán Salamiento había tomado unas anchoas y unos vermús en la cantina de oficiales, y en lugar de comer se metió en la cama para dormir la borrachera. Así que María Salamiento, para que no se echara a perder el rico chamorro, se lo zampó todo, acompañándolo con dos litros de vino cosechero de Lpzfhgs.
Después de comer, y para bajar la tripa, decidió Maria Salamiento dar un paseillo por los alrededores del aeropuerto, y andaba María Salamiento cojeando por esos pastos de tras las pistas, cuando acertó a pasar por allí su amiga Heidi en compañía del Picha. El Picha era un golfillo de los arrabales de Lpzfhgs, a quien llamaban así porque siempre andaba diciendo picha, picha por aquí, picha por allá, picha, y a quién Heidi tenía cierto cariño porque la venía incordiando desde el parvulario. Con el tiempo (y sobre todo admirado por las tetillas que le iban creciendo a Heidi) él había rebajado su inquina y sus pullas, y ella había permitido cierto acercamiento, a veces, por ejemplo, salían a pasear juntos por el campo, como aquella tarde, y mientras Heidi recogía florecillas y arreglaba delicados ramos, el Picha torturaba lagartijas y ejecutaba sapos... Se complementaban. Tras el agradable encuentro de los tres amigos, decidieron acercarse al río Lpzfhgsrihn para darse un refrescante bañito. Antes, pero, pasaron por la granja de sus amigos Juan y Pedro, a ver si se unían a la excursión. Juan y Pedro decidieron unirse al grupo, y los cinco, felices y contentos ante la divertida tarde que les esperaba, se dirigieron al río Lpzfhgsrihn con sus bañadores, toallas y chancletas.
Todo resultaba delicioso allá en las orillas del río. El calido sol que acariciaba la piel, la refrescante agua que la calmaba, las libélulas revoloteando, los gorriones bebiendo en las aguas del río en panchudo vuelo, las risas y algarabía de los jóvenes… Entonces, María Salamiento tuvo un retortijón. Huy, me ha venido un retortijón, le dijo a su amiga Heidi, porque estas cosas las chicas suelen comentarlas entre chicas. Van a ser gases, le dijo Heidi. Igual si, admitió María, mientras con una mano se acariciaba el súbitamente agitado vientre. No, no, gritó de pronto, que me cago, que me cago. Y salió corriendo y cojeando hacia unos matorrales, llevando una mano en su tripa mientras con la otra se apretaba el culo.
Los chicos, ajenos a los tejemanejes de María y Heidi, jugaban mientras tanto al juego del Sastre Malvado, consistente en cazar ranas, despellejarlas sin despanzurrarlas demasiado, y volverlas a lanzar al río para presenciar el espectacular circo de su desnuda agonía. Saltan mucho más sin piel, decía el Picha, porque van más ligeras.
Mientras, en los matorrales María sufría lo suyo para cagar. La cosa no estaba clara si eran gases, diarrea, o una cagada descomunal… Al principio fueron gases, unos pedorros espantosos y de espectacular toxicidad, luego de pronto sobrevino la diarrea, una especie de hilillo pastoso que fluía sin fin y a su albedrío, y luego todo había cesado tras un terrible retortijón. Esto es el chamorro, pensó María, pero tengo más caca y tengo que intentar cagarla aunque me cueste. Hizo un primer esfuerzo, nada. Se esforzó un poco más. Gñññññ… Nada. Más esfuerzo. Gñññññññññññññ… Nada. Estás bien, le preguntó Heidi desde la orilla del río. Pssiii, gñññññññññññññññññññ… respondió como pudo María. Y entonces cagó una bolilla. Uf, se dijo, menos mal, ya está. Pero otro nuevo retortijón vino a incomodarla. Vaya, me duele mucho la barriga, eso querer decir que tengo más caca. Volvió a esforzarse. Gññññññññññ… Nada. Más esfuerzo. Gñññññññññññññññññ… Nada. Pero estás bien, le preguntó Heidi desde la orilla del río. Pssiiiiiiigñññññññññññññññññññññññññ… respondió como pudo María. Y entonces cagó una bolilla. Uf, uf, uf… suspiraba María, menuda cagada monumental, y parece que esto sigue, uf, ay, ay, uf, pero me está costando mucho, ay, ay… Ya se, haré lo mismo que me hacía mi adorada mamá muerta cuando me costaba hacer caca. A ver… Me decía, haremos una caquita para Juan… Gññññññññññ… Nada. Más esfuerzo. Gñññññññññññññññññ… Y cagó otra bolilla. Uf, uf, uf… Ahora una caquita para Pedro… Gññññññññññ… Nada. Más esfuerzo. Gñññññññññññññññññ… Y cagó una bolilla. Uf, uf, uf, santo dios cuanto sufrimiento… Bueno, pues ahora otra bolilla para, para… Pero seguro que estás bien, le preguntó Heidi desde la orilla del río. Iba a responder María, cuando la avioneta del capitán Salamiento apareció por entre los matorrales y se la llevó por delante.
Silla Jotera
El comandante Stuartfritzjames Salamiento era el jefe supremo de la EAPIACAAIPPERONO (Escuadrilla Área de Protección Inmediata y Absoluta en Caso de Ataques Aéreos Inesperados por parte del Enemigo ya sea este Reconocido o No), que tenía su base en el aeropuerto de Lpzfhgs, allá tras los montes de la lejanía inaudita. Él y su hija María Salamiento vivían en las instalaciones del aeropuerto, en una casita de planta baja con jardín y barbacoa. No vivía con ellos su mamá, pues un día el capitán la invitó a viajar en su avioneta, ella no se puso el cinturón, y en un bonito loop de demostración se soltó y se vino abajo. No fue del todo una pérdida irreparable, pues hallaron los despojos de la señora empotrados en una pista de aterrizaje, pero fue una pérdida al fin y al cabo. Por si esto no fuera suficientemente triste, María Salamiento perdió un ojo y una pierna cuando la atropelló el capitán Salamiento en uno de sus repentinos despegues desde el patio de la casa. Coja y tuerta, pero, no dejaba de tener sus encantos María Salamiento, pues era muy hacendosa y cocinaba en plan arguiñano.
Un día, María Salamiento, cojeando, preparó un chamorro murciano para el capitán Salamiento, que era muy aficionado a la comida provincial de otras regiones. Pero ese día el capitán Salamiento había tomado unas anchoas y unos vermús en la cantina de oficiales, y en lugar de comer se metió en la cama para dormir la borrachera. Así que María Salamiento, para que no se echara a perder el rico chamorro, se lo zampó todo, acompañándolo con dos litros de vino cosechero de Lpzfhgs.
Después de comer, y para bajar la tripa, decidió Maria Salamiento dar un paseillo por los alrededores del aeropuerto, y andaba María Salamiento cojeando por esos pastos de tras las pistas, cuando acertó a pasar por allí su amiga Heidi en compañía del Picha. El Picha era un golfillo de los arrabales de Lpzfhgs, a quien llamaban así porque siempre andaba diciendo picha, picha por aquí, picha por allá, picha, y a quién Heidi tenía cierto cariño porque la venía incordiando desde el parvulario. Con el tiempo (y sobre todo admirado por las tetillas que le iban creciendo a Heidi) él había rebajado su inquina y sus pullas, y ella había permitido cierto acercamiento, a veces, por ejemplo, salían a pasear juntos por el campo, como aquella tarde, y mientras Heidi recogía florecillas y arreglaba delicados ramos, el Picha torturaba lagartijas y ejecutaba sapos... Se complementaban. Tras el agradable encuentro de los tres amigos, decidieron acercarse al río Lpzfhgsrihn para darse un refrescante bañito. Antes, pero, pasaron por la granja de sus amigos Juan y Pedro, a ver si se unían a la excursión. Juan y Pedro decidieron unirse al grupo, y los cinco, felices y contentos ante la divertida tarde que les esperaba, se dirigieron al río Lpzfhgsrihn con sus bañadores, toallas y chancletas.
Todo resultaba delicioso allá en las orillas del río. El calido sol que acariciaba la piel, la refrescante agua que la calmaba, las libélulas revoloteando, los gorriones bebiendo en las aguas del río en panchudo vuelo, las risas y algarabía de los jóvenes… Entonces, María Salamiento tuvo un retortijón. Huy, me ha venido un retortijón, le dijo a su amiga Heidi, porque estas cosas las chicas suelen comentarlas entre chicas. Van a ser gases, le dijo Heidi. Igual si, admitió María, mientras con una mano se acariciaba el súbitamente agitado vientre. No, no, gritó de pronto, que me cago, que me cago. Y salió corriendo y cojeando hacia unos matorrales, llevando una mano en su tripa mientras con la otra se apretaba el culo.
Los chicos, ajenos a los tejemanejes de María y Heidi, jugaban mientras tanto al juego del Sastre Malvado, consistente en cazar ranas, despellejarlas sin despanzurrarlas demasiado, y volverlas a lanzar al río para presenciar el espectacular circo de su desnuda agonía. Saltan mucho más sin piel, decía el Picha, porque van más ligeras.
Mientras, en los matorrales María sufría lo suyo para cagar. La cosa no estaba clara si eran gases, diarrea, o una cagada descomunal… Al principio fueron gases, unos pedorros espantosos y de espectacular toxicidad, luego de pronto sobrevino la diarrea, una especie de hilillo pastoso que fluía sin fin y a su albedrío, y luego todo había cesado tras un terrible retortijón. Esto es el chamorro, pensó María, pero tengo más caca y tengo que intentar cagarla aunque me cueste. Hizo un primer esfuerzo, nada. Se esforzó un poco más. Gñññññ… Nada. Más esfuerzo. Gñññññññññññññ… Nada. Estás bien, le preguntó Heidi desde la orilla del río. Pssiii, gñññññññññññññññññññ… respondió como pudo María. Y entonces cagó una bolilla. Uf, se dijo, menos mal, ya está. Pero otro nuevo retortijón vino a incomodarla. Vaya, me duele mucho la barriga, eso querer decir que tengo más caca. Volvió a esforzarse. Gññññññññññ… Nada. Más esfuerzo. Gñññññññññññññññññ… Nada. Pero estás bien, le preguntó Heidi desde la orilla del río. Pssiiiiiiigñññññññññññññññññññññññññ… respondió como pudo María. Y entonces cagó una bolilla. Uf, uf, uf… suspiraba María, menuda cagada monumental, y parece que esto sigue, uf, ay, ay, uf, pero me está costando mucho, ay, ay… Ya se, haré lo mismo que me hacía mi adorada mamá muerta cuando me costaba hacer caca. A ver… Me decía, haremos una caquita para Juan… Gññññññññññ… Nada. Más esfuerzo. Gñññññññññññññññññ… Y cagó otra bolilla. Uf, uf, uf… Ahora una caquita para Pedro… Gññññññññññ… Nada. Más esfuerzo. Gñññññññññññññññññ… Y cagó una bolilla. Uf, uf, uf, santo dios cuanto sufrimiento… Bueno, pues ahora otra bolilla para, para… Pero seguro que estás bien, le preguntó Heidi desde la orilla del río. Iba a responder María, cuando la avioneta del capitán Salamiento apareció por entre los matorrales y se la llevó por delante.
Silla Jotera
Cuentos Contados: HOLOCAUSTO CANIVAL 2.0
Prisciliano Necodermo, Arregunato Sonecdótico, Regunola Lapiconera, Urragunda Decadiz, y el Picha (a quien así llamaban porque siempre andaba diciendo picha, picha por aquí, picha por allá, picha) vivían en Lpzfhgs, allá tras los montes de la lejanía inaudita. Pero aquella aldeucha provinciana y sobrada de rumiantes lecheros no satisfacía sus expectativas de ocio, así que este grupo de amigos decidió alquilar una avioneta con piloto, y emprender un viaje vacacional por las remotas instalaciones geográficas africanas. Un viaje al inhóspito, apuntó el Picha, mientras el aventurado grupete abordaba la avioneta de alquiler del capitán Salamiento.
Al principio que se dice el viaje fue bien, pero nada más despegar la avioneta comenzó a lanzar pedorros y a dar bandazos arriba y abajo y de aquí para allá. Viento de cola, dijo el capitán Salamiento soltando los mandos de la avioneta, corriendo hacia la portezuela de esta, y saltando por ella al vacío, bien provisto de su reglamentario paracaídas, aunque este estuviera mal enrollado y de poco le sirviera en su salto. Bueno, justicia poética se le llama a esto, apuntó el Picha mirando por la portezuela el destozole del capitán contra el suelo. Ya, dijo Urragunda Decadiz, pero ahora que hacemos porque aquí ninguno sabemos pilotar un avión. Yo si, dijo Arregunato Sonecdótico, yo hice la mili en la marina y se pilotar un avión. Pero como, preguntó Urragunda, lo lógico sería que supieras llevar barcos, no aviones. Es que estuve en un portaaviones. Ah, bueno, suspiraron todos, pues venga ponte a los manos in-me-dia-ta-men-te, le rogaron.
Pero luego resultó que aquel modelo de avioneta no lo llevaba el portaviones de Arregunato Sonecdótico, así que no sabía como funcionaban todos esos mandos del copón bendito. Bueno, tranquilos, dijo el Picha, yo tengo un simulador de vuelo en el pc y se parece bastante a todo esto, voy a ver si…
En efecto, aquella avioneta se guiaba más o menos como el juego de vuelo del ordenata del Picha, así que durante unas horas volaron sin complicaciones y con sólo unos cuantos patos migratorios a la vista. Pero de pronto… El combustible, dijo el Picha, que se acaba. Y ahora que hacemos, preguntó Urruganda Decadiz, siempre a la que salta la liebre. Moriremos, sentenció Arreguntao Sonecdótico, siempre jodiéndola. Moriremos estampados contra el suelo, afinó Prisciliano Necodermo. Reventaus, afinó más Regunola Lapiconera. Podría intentar aterrizar en aquella ladera escarpada que sobresale entre esa selva espesa, dijo el Picha.
Y eso hizo, un flecha el Picha con su simulador. Y una vez aterrizados, se dispusieron a sobrevivir en la selva. Bueno, agua parecía haber en varios arroyuelos. Vino, el Picha había subido a la avioneta una garrafa de 50 litros, que no estaba mal. Pero comida, comida sólo llevaban unos bocatas para el viaje, y con eso no iban a durar mucho. Bueno, dijo Arregunato Sonecdótico, en esta selva no faltarán bichos y frutas y todo eso. No, dijo Regunola Lapicerona, lo mejor, es que hagamos un sorteo para determinar el orden en el que nos comeremos los unos a los otros. Un silencio incómodo se hizo en la selva. Las risillas del Picha, a penas contenidas, vinieron a romperlo. En serio, dijo Regunola Lapicerona, ahora esta posibilidad os parece una bromilla, pero dentro de un día o dos, cuando estemos hartos de ásperos semi-cocos e indomables raíces, nos miraremos como a bisteques, yo ya pasé por esto con mi difunto marido, y bien bueno que estaba.
Esta bien, dijo Urruganda Decadiz, siempre a la que salta la liebre, hagamos ese sorteo. Lo hicieron con los típicos palitos de distintas medidas, vamos: todos de una medida y uno no. Este, le tocó al Picha. Serás el primero que nos comamos, dijo Urruganda Decadiz, siempre a la que salta la liebre. Vale, dijo el Picha, y dicho esto le soltó un guantazo que la empotró contra una palmera muy exótica y la desnucó muy limpiamente. Sorbámosle los sesos ahora que está calentita, apuntó Prisciliano Necodermo.
Reconfortados por el menú del día, se dispusieron ha pernoctar en la tupida selva. Algo habrá que desayunar mañana, apuntó sabiamente Prisciliano Necodermo. Hagamos otro sorteo, dijo Regunola Lapicerona. Le tocó el palillo a Prisciliano Necodermo. Se lo comieron a media noche, pues el hambre era mucha, y mucha más grande el ansia. Por la mañana, Arregunato Sonecdótico, Regunola Lapiconera, y el Picha hicieron un nuevo sorteo para ver como se solucionaba el almuerzo. El palillico le tocó a Arregunato Sonecdótico.
Iban Regunola Lapiconera y el Picha por la selva, cuando a este se le despertó el gusanillo. Aguanta un poquillo, le dijo Regunola Lapiconera, seguro que en nada encontramos un holidayhin y ya verás como nos ponemos de langostinos. En efecto, al ratillo encontraron un hotel de la cadena tal, y tras una reponedora ducha, bajaron al restaurante y encargaron unos deliciosos langostinos. Tcxh, ya no saben igual, dijo Regunola Lapiconera. Bueno, dijo el Picha, pues hagamos un sorteo.
Silla Jotera
Al principio que se dice el viaje fue bien, pero nada más despegar la avioneta comenzó a lanzar pedorros y a dar bandazos arriba y abajo y de aquí para allá. Viento de cola, dijo el capitán Salamiento soltando los mandos de la avioneta, corriendo hacia la portezuela de esta, y saltando por ella al vacío, bien provisto de su reglamentario paracaídas, aunque este estuviera mal enrollado y de poco le sirviera en su salto. Bueno, justicia poética se le llama a esto, apuntó el Picha mirando por la portezuela el destozole del capitán contra el suelo. Ya, dijo Urragunda Decadiz, pero ahora que hacemos porque aquí ninguno sabemos pilotar un avión. Yo si, dijo Arregunato Sonecdótico, yo hice la mili en la marina y se pilotar un avión. Pero como, preguntó Urragunda, lo lógico sería que supieras llevar barcos, no aviones. Es que estuve en un portaaviones. Ah, bueno, suspiraron todos, pues venga ponte a los manos in-me-dia-ta-men-te, le rogaron.
Pero luego resultó que aquel modelo de avioneta no lo llevaba el portaviones de Arregunato Sonecdótico, así que no sabía como funcionaban todos esos mandos del copón bendito. Bueno, tranquilos, dijo el Picha, yo tengo un simulador de vuelo en el pc y se parece bastante a todo esto, voy a ver si…
En efecto, aquella avioneta se guiaba más o menos como el juego de vuelo del ordenata del Picha, así que durante unas horas volaron sin complicaciones y con sólo unos cuantos patos migratorios a la vista. Pero de pronto… El combustible, dijo el Picha, que se acaba. Y ahora que hacemos, preguntó Urruganda Decadiz, siempre a la que salta la liebre. Moriremos, sentenció Arreguntao Sonecdótico, siempre jodiéndola. Moriremos estampados contra el suelo, afinó Prisciliano Necodermo. Reventaus, afinó más Regunola Lapiconera. Podría intentar aterrizar en aquella ladera escarpada que sobresale entre esa selva espesa, dijo el Picha.
Y eso hizo, un flecha el Picha con su simulador. Y una vez aterrizados, se dispusieron a sobrevivir en la selva. Bueno, agua parecía haber en varios arroyuelos. Vino, el Picha había subido a la avioneta una garrafa de 50 litros, que no estaba mal. Pero comida, comida sólo llevaban unos bocatas para el viaje, y con eso no iban a durar mucho. Bueno, dijo Arregunato Sonecdótico, en esta selva no faltarán bichos y frutas y todo eso. No, dijo Regunola Lapicerona, lo mejor, es que hagamos un sorteo para determinar el orden en el que nos comeremos los unos a los otros. Un silencio incómodo se hizo en la selva. Las risillas del Picha, a penas contenidas, vinieron a romperlo. En serio, dijo Regunola Lapicerona, ahora esta posibilidad os parece una bromilla, pero dentro de un día o dos, cuando estemos hartos de ásperos semi-cocos e indomables raíces, nos miraremos como a bisteques, yo ya pasé por esto con mi difunto marido, y bien bueno que estaba.
Esta bien, dijo Urruganda Decadiz, siempre a la que salta la liebre, hagamos ese sorteo. Lo hicieron con los típicos palitos de distintas medidas, vamos: todos de una medida y uno no. Este, le tocó al Picha. Serás el primero que nos comamos, dijo Urruganda Decadiz, siempre a la que salta la liebre. Vale, dijo el Picha, y dicho esto le soltó un guantazo que la empotró contra una palmera muy exótica y la desnucó muy limpiamente. Sorbámosle los sesos ahora que está calentita, apuntó Prisciliano Necodermo.
Reconfortados por el menú del día, se dispusieron ha pernoctar en la tupida selva. Algo habrá que desayunar mañana, apuntó sabiamente Prisciliano Necodermo. Hagamos otro sorteo, dijo Regunola Lapicerona. Le tocó el palillo a Prisciliano Necodermo. Se lo comieron a media noche, pues el hambre era mucha, y mucha más grande el ansia. Por la mañana, Arregunato Sonecdótico, Regunola Lapiconera, y el Picha hicieron un nuevo sorteo para ver como se solucionaba el almuerzo. El palillico le tocó a Arregunato Sonecdótico.
Iban Regunola Lapiconera y el Picha por la selva, cuando a este se le despertó el gusanillo. Aguanta un poquillo, le dijo Regunola Lapiconera, seguro que en nada encontramos un holidayhin y ya verás como nos ponemos de langostinos. En efecto, al ratillo encontraron un hotel de la cadena tal, y tras una reponedora ducha, bajaron al restaurante y encargaron unos deliciosos langostinos. Tcxh, ya no saben igual, dijo Regunola Lapiconera. Bueno, dijo el Picha, pues hagamos un sorteo.
Silla Jotera
Cuentos Contados: LA GALLINA DE LOS HUEVOS DE ORO 2.0
Érase una vez una gallina, allá en Lpzfhgs, tras los montes de la inaudita lejanía, que se llamaba Tirabuzón y distinguía de todas las demás gallinas de la granja del señor Ölhe por ser de color verde. Una gallina marciana, decía el señor Ölhe, eso es lo que es, una gallina marciana. Y la apartaba de las demás, no fuera a ser que se contagiaran todas y acabara teniendo no una granja de gallinas con una gallina marciana, si no una granja de gallinas marcianas todas ellas, un cambio que no podría pasar desapercibido entre los habitantes de Lpzfhgs, todas esas gallinas verdes, y claro, sin duda dejarían de comprar los afamados huevos del señor Ölhe. ¿Quién iba a comerse una tortilla de huevos marcianos, eh?
Así, la gallina Tirabuzón vivía en un barrilillo de piensos vacío y viejo, que el señor Ölhe había preparado en un extremo de los corralillos, bien lejos del resto de gallináceas. Al estilo Diógenes pero sin su mala leche, porque la gallina Tirabuzón era muy buena, muy buena, y a pesar de ser verde y sufrir expatriación, cada día cumplía con su sagrada obligación, y ponía sus dos huevos… verdes. Dos huevos verdes que el señor Ölhe recogía y hacía desaparecer inmediatamente para que nadie que acertara a pasar por allí los viera.
Un día, pero, uno de los huevos resultó ser de color amarillo. Que novedad más extraña, dijo el señor Ölhe, siempre habían sido verdes, que ya era raro, pero ¿amarillos? Extrañado, cogió el dichoso huevo y lo inspeccionó con ojo aviar. Si no me equivoco, le dijo a la gallina Tirabuzón, has puesto un huevo de oro, muchacha, ja, ja, ja, vamos a ser ricos. Primero, dijo el señor Ölhe, iré al pueblo y tasaré esté huevo en casa del joyero Julius, y luego, ja, ja, ja…
El huevo resultó ser de oro macizo, y su valor descomunal. Loco de alegría y tras visitar el banco de Lpzfhgs, el señor Ölhe volvió a la granja, y le preparó a la gallina Tirabuzón un espacio personal en el mejor lugar del gallinero. Quiero, le dijo el señor Ölhe, que me contagies a todas estas colegas, quiero que se vuelvan verdes como tú, y que den huevos de oro, a partir de ahora seréis todas marcianas, si me hago rico me importa bien poco lo que piensen los habitantes de Lpzfhgs.
En unas semanas, todas las gallinas se habían vuelto verdes y ponían huevos verdes, pero no de oro. Que raro, pensó el señor Ölhe, Tirabuzón es la única que pone huevos de oro. Porque en efecto, Tirabuzón cada día ponía dos huevos, y uno era verde y el otro amarillo, de oro, oro macizo.
Otra semana más, y las gallinas verdes comenzaron a ponerse violetas y a morirse. Pero que es esto, se decía el desesperado señor Ölhe, que es esto. Pues que se morían las gallinas, ni más ni menos, por la mañana comenzaban a ponerse violetas y al mediodía ya habían palmado. Esto es mi ruina, pensó el señor Ölhe, mi ruina. Pero no, se dijo, aún tengo a Tirabuzón y sus huevos de oro, tal vez, prosiguió con sus pensamientos, ya sea hora de cerrar la granja y dedicarme a viajar, a descansar… Durante este tiempo, el señor Ölhe había ingresado en su cuenta corriente 36 huevos de oro, cuyo valor calculado ascendía a algo más de milloncete y medio de euros. Con este dinerillo, se dijo el señor Ölhe (que mediaba la sesentena) me jubilo en Benidorm o Miami. De pronto, se le ocurrió una gran idea. Lo mejor, pensó mientras miraba tiernamente a la gallina Tirabuzón, es que antes de nada regularice esta situación tan embarazosa.
La boda del señor Ölhe con la gallina Tirabuzón escandalizó a la parroquia de Lpzfhgs. Al final se ha casado con la marciana, decían las gentes, es verde como una rana, decían, no, no, como las marcianas. Pero al señor Ölhe, millonario como era, estas malintencionadas interpretaciones le importaban un huevo. Y así, él, la gallina Tirabuzón, y la nueva Visa Oro a nombre de la familia Ölhe, inauguraron su nueva vida con un viajecito a los fiordos noruegos. Falta decir, que la gallina Tirabuzón puso sus dos huevos diarios, uno verde y otro de oro macizo, durante muchos muchos años, los mismos que vivieron ambos con inusitada felicidad, hasta que la muerte les sobrevino cuando se vino abajo el teleférico con el que pretendían subir hasta un coqueto hotelito de Chamonix. Se recuperó el maltrecho cuerpo del infortunado señor Ölhe, pero el cuerpo de la gallina Tirabuzón no apareció por ningún sitio. Se dice, se dice, que antes del accidente huyó con un armador griego que la cortejaba. Otros, dicen que salió volando.
Silla Jotera
Así, la gallina Tirabuzón vivía en un barrilillo de piensos vacío y viejo, que el señor Ölhe había preparado en un extremo de los corralillos, bien lejos del resto de gallináceas. Al estilo Diógenes pero sin su mala leche, porque la gallina Tirabuzón era muy buena, muy buena, y a pesar de ser verde y sufrir expatriación, cada día cumplía con su sagrada obligación, y ponía sus dos huevos… verdes. Dos huevos verdes que el señor Ölhe recogía y hacía desaparecer inmediatamente para que nadie que acertara a pasar por allí los viera.
Un día, pero, uno de los huevos resultó ser de color amarillo. Que novedad más extraña, dijo el señor Ölhe, siempre habían sido verdes, que ya era raro, pero ¿amarillos? Extrañado, cogió el dichoso huevo y lo inspeccionó con ojo aviar. Si no me equivoco, le dijo a la gallina Tirabuzón, has puesto un huevo de oro, muchacha, ja, ja, ja, vamos a ser ricos. Primero, dijo el señor Ölhe, iré al pueblo y tasaré esté huevo en casa del joyero Julius, y luego, ja, ja, ja…
El huevo resultó ser de oro macizo, y su valor descomunal. Loco de alegría y tras visitar el banco de Lpzfhgs, el señor Ölhe volvió a la granja, y le preparó a la gallina Tirabuzón un espacio personal en el mejor lugar del gallinero. Quiero, le dijo el señor Ölhe, que me contagies a todas estas colegas, quiero que se vuelvan verdes como tú, y que den huevos de oro, a partir de ahora seréis todas marcianas, si me hago rico me importa bien poco lo que piensen los habitantes de Lpzfhgs.
En unas semanas, todas las gallinas se habían vuelto verdes y ponían huevos verdes, pero no de oro. Que raro, pensó el señor Ölhe, Tirabuzón es la única que pone huevos de oro. Porque en efecto, Tirabuzón cada día ponía dos huevos, y uno era verde y el otro amarillo, de oro, oro macizo.
Otra semana más, y las gallinas verdes comenzaron a ponerse violetas y a morirse. Pero que es esto, se decía el desesperado señor Ölhe, que es esto. Pues que se morían las gallinas, ni más ni menos, por la mañana comenzaban a ponerse violetas y al mediodía ya habían palmado. Esto es mi ruina, pensó el señor Ölhe, mi ruina. Pero no, se dijo, aún tengo a Tirabuzón y sus huevos de oro, tal vez, prosiguió con sus pensamientos, ya sea hora de cerrar la granja y dedicarme a viajar, a descansar… Durante este tiempo, el señor Ölhe había ingresado en su cuenta corriente 36 huevos de oro, cuyo valor calculado ascendía a algo más de milloncete y medio de euros. Con este dinerillo, se dijo el señor Ölhe (que mediaba la sesentena) me jubilo en Benidorm o Miami. De pronto, se le ocurrió una gran idea. Lo mejor, pensó mientras miraba tiernamente a la gallina Tirabuzón, es que antes de nada regularice esta situación tan embarazosa.
La boda del señor Ölhe con la gallina Tirabuzón escandalizó a la parroquia de Lpzfhgs. Al final se ha casado con la marciana, decían las gentes, es verde como una rana, decían, no, no, como las marcianas. Pero al señor Ölhe, millonario como era, estas malintencionadas interpretaciones le importaban un huevo. Y así, él, la gallina Tirabuzón, y la nueva Visa Oro a nombre de la familia Ölhe, inauguraron su nueva vida con un viajecito a los fiordos noruegos. Falta decir, que la gallina Tirabuzón puso sus dos huevos diarios, uno verde y otro de oro macizo, durante muchos muchos años, los mismos que vivieron ambos con inusitada felicidad, hasta que la muerte les sobrevino cuando se vino abajo el teleférico con el que pretendían subir hasta un coqueto hotelito de Chamonix. Se recuperó el maltrecho cuerpo del infortunado señor Ölhe, pero el cuerpo de la gallina Tirabuzón no apareció por ningún sitio. Se dice, se dice, que antes del accidente huyó con un armador griego que la cortejaba. Otros, dicen que salió volando.
Silla Jotera
Cuentos Contados: EL PICHA 2.0
Érase una vez en Lpzfhgs, una aldeita de tras los montes del lejano inaudito, un joven al que llamaban el Picha, porque siempre estaba diciendo picha, picha por aquí, picha por allá, picha.
Un día, estaba el Picha a punto de decir picha y de entrar en la farmacia para comprar gominolas, cuando la viuda Güendoline se le acercó y le dijo, Picha, me gustaría que pasara usted esta tarde por casa para cortarme unos cuantos troncos para la chimenea, ¿le importaría pasar a eso de las seis? Claro que si, señora Güendoline, le cortaré esos troncos con mucho gusto, a las seis pasaré por su casa. El Picha compró sus gominolas, y a las seis se presentó en casa de la viuda Güendoline. Había diez troncos inmensos de sequioa para cortar, y el pobre Picha tardó cuatro días con sus noches para serrar aquellas bestias y dejarlas al tamaño de la diminuta chimenea de la viuda Güendoline. Esta, le pagó por tal trabajo cuatro monedas de realazo, una por día. Se podía pagar mejor, pero no estaba mal.
Otro día, estaba el Picha a punto de decir picha y de entrar en el bar para tomarse un refresco, cuando se le acercó la viuda Henryette y le dijo, Picha, sería muy agradable que pasara usted por mi casa esta tarde, necesito que alguien traslade unos mueblecitos al desván ¿me podría ayudar usted? Claro que si, señora Henryette, a las seis pasaré por su casa y trasladaré esos mueblecitos. Luego el Picha se tomó un refresco en el bar, y por la tarde se llegó a la casa de la viuda Henryette. Veintidós armarios roperos como trasatlánticos había que subir al desván (un cuarto piso) desde el sub-sotanillo. Una semana laboral moderna tardó el Picha en completar la ascensión, y la viuda Henryette le recompensó su esfuerzo con seis monedas de realazo, una por día. Se podía pagar mejor, pero no estaba mal.
Otro día, iba el Picha por la calle y estaba a punto de decir picha y cambiar de acera, cuando se cruza con la viuda de Romanones e Hijos, y esta le dice, Picha, a ver si pasa esta tarde por casa y me pega un repaso al jardín que desde la muerte del conde lo tengo algo olvidadillo. Como no señora de Romanones e Hijos, yo me paso esta tarde mismo y le arreglo el césped y lo que le haga falta. Luego el Picha cambió de acera, y por la tarde se acercó a la casa de la viuda de Romanones e Hijos. El conde había muerto hacía ya un lustro, y el jardín era una selva salvaje a más no poder, hasta tigres podía haber allí dentro. Dos semanitas tardó el Picha en dejar el jardín aparente, con sus buganvillas inhiestas y todo, y la viuda de Romanones e Hijos le pagó por ello catorce monedas de realazo, una por día. Se podía pagar mejor pero no estaba mal.
Y ya un día, estaba el Picha harto de viudas, en misa y repicando, cuando le dio por contar sus ahorrillos, que ascendían a 24 monedas de realazo. Un fortunón. Con este dinero, se dijo el Picha, por fin podré realizar mi sueño. Y a la mañana siguiente, con su atillo bajo el brazo y en él las cuatro pertenencias imprescindibles y sus 24 monedas de realazo, el Picha salió de Lpzfhgs por el caminillo que lleva al sur. Antes de perder la absurda aldeilla de vista, se giró y le pegó un último vistazo. Luego se dio media vuelta, y continuó su camino hacia el sur, hacia una nueva vida, una vida en la que los cuentos no estuvieran contados. Y unos pasos más allá, perdido ya en el horizonte lejano e inaudito de tras los montes, dijo ‘picha’, que todavía no lo había dicho.
Silla Jotera
Un día, estaba el Picha a punto de decir picha y de entrar en la farmacia para comprar gominolas, cuando la viuda Güendoline se le acercó y le dijo, Picha, me gustaría que pasara usted esta tarde por casa para cortarme unos cuantos troncos para la chimenea, ¿le importaría pasar a eso de las seis? Claro que si, señora Güendoline, le cortaré esos troncos con mucho gusto, a las seis pasaré por su casa. El Picha compró sus gominolas, y a las seis se presentó en casa de la viuda Güendoline. Había diez troncos inmensos de sequioa para cortar, y el pobre Picha tardó cuatro días con sus noches para serrar aquellas bestias y dejarlas al tamaño de la diminuta chimenea de la viuda Güendoline. Esta, le pagó por tal trabajo cuatro monedas de realazo, una por día. Se podía pagar mejor, pero no estaba mal.
Otro día, estaba el Picha a punto de decir picha y de entrar en el bar para tomarse un refresco, cuando se le acercó la viuda Henryette y le dijo, Picha, sería muy agradable que pasara usted por mi casa esta tarde, necesito que alguien traslade unos mueblecitos al desván ¿me podría ayudar usted? Claro que si, señora Henryette, a las seis pasaré por su casa y trasladaré esos mueblecitos. Luego el Picha se tomó un refresco en el bar, y por la tarde se llegó a la casa de la viuda Henryette. Veintidós armarios roperos como trasatlánticos había que subir al desván (un cuarto piso) desde el sub-sotanillo. Una semana laboral moderna tardó el Picha en completar la ascensión, y la viuda Henryette le recompensó su esfuerzo con seis monedas de realazo, una por día. Se podía pagar mejor, pero no estaba mal.
Otro día, iba el Picha por la calle y estaba a punto de decir picha y cambiar de acera, cuando se cruza con la viuda de Romanones e Hijos, y esta le dice, Picha, a ver si pasa esta tarde por casa y me pega un repaso al jardín que desde la muerte del conde lo tengo algo olvidadillo. Como no señora de Romanones e Hijos, yo me paso esta tarde mismo y le arreglo el césped y lo que le haga falta. Luego el Picha cambió de acera, y por la tarde se acercó a la casa de la viuda de Romanones e Hijos. El conde había muerto hacía ya un lustro, y el jardín era una selva salvaje a más no poder, hasta tigres podía haber allí dentro. Dos semanitas tardó el Picha en dejar el jardín aparente, con sus buganvillas inhiestas y todo, y la viuda de Romanones e Hijos le pagó por ello catorce monedas de realazo, una por día. Se podía pagar mejor pero no estaba mal.
Y ya un día, estaba el Picha harto de viudas, en misa y repicando, cuando le dio por contar sus ahorrillos, que ascendían a 24 monedas de realazo. Un fortunón. Con este dinero, se dijo el Picha, por fin podré realizar mi sueño. Y a la mañana siguiente, con su atillo bajo el brazo y en él las cuatro pertenencias imprescindibles y sus 24 monedas de realazo, el Picha salió de Lpzfhgs por el caminillo que lleva al sur. Antes de perder la absurda aldeilla de vista, se giró y le pegó un último vistazo. Luego se dio media vuelta, y continuó su camino hacia el sur, hacia una nueva vida, una vida en la que los cuentos no estuvieran contados. Y unos pasos más allá, perdido ya en el horizonte lejano e inaudito de tras los montes, dijo ‘picha’, que todavía no lo había dicho.
Silla Jotera
Cuentos Meta: LAS HERMANAS ONTOGENY & PHYLOGENY
Las hermanas Ontogeny y Phylogeny vivían en una preciosa casa de campo allá por los campos lejanos de los confines de aquella tierra salvaje, inhóspita, en la que el pionero padre de las muchachas decidió construir una granja para primero explotarla y después morir y que le enterraran bajo el olmo gordo de tras la granja, allá junto al arroyuelo Parkinson.
Las hermanas Ontogeny y Phylogeny crecieron en un ambiente de legumbres, vacas, indios, y osos. Bajo los cuidados del pionero (desde la muerte de Mo Mary-Ann a causa de la septicemia que le causó una cornada de Wichita, la puta vaca a la que se comieron al día siguiente casi cruda) las chicas se convirtieron en dos aguerridos leñadores capaces de conducir una manada de cuernilargos con la mirada.
Ontogeny era calmada y tímida, retraída. Y Phylogeny era nerviosilla y alegre, expansiva. Los indios del lugar, hartos finalmente de sus palizas y burlas, les cogieron cariño, y hasta los cocodrilos del arroyuelo Parkinson venían a comer de sus manos. Los jaguares les huían, y los osos, aunque al principio quisieron comérselas al final se postraban ante ellas cuando se internaban en lo más profundo del bosque con intención de asaltar algún panel de abejorros salvajes y hacerse con su miel aunque fuera a mamporrazos.
Un día pasó por allí El Picha, un bandolero gitano y de Sevilla que engañado por un compadre se embarcó para Cuba y ya en Cuba se dejó embaucar por otro compadre y terminó en lo más profundo de la Columbia Británica. Durante un tiempo se dedicó al despiste y el estraperlo en las pocas ciudades de la zona, puebluchos para mineros y tramperos con un mal perder de cuidado, a los que timaba en las timbas que se celebraban en las habitaciones de los saloones y hoteles, sitios que más que acoger aterrorizaban, o si se quiere te acogían como una tumba.
Un día, a causa de asuntos mayores y de unos desacuerdos menores con ciertos matones de Williams Lake, y sobre todo a causa de que un compadre le timó, decidió alejarse de la compañía de los humanos, y adentrarse en las inquietantes y parecía que interminables montañas. Aprendió a cazar, a asar venados y serpientes, a curtir sus pieles para hacerse mocasines y gorrillos, a sobrevivir comiendo raíces y derritiendo hielo, se dejó barba, se hizo amigo de otros tramperos y del oso Yogui…
Y un día El Picha, con su barba, su zamarra, su gorrillo, y su escopeta, pasó por allí, atravesando el arroyuelo Parkinson, junto a la casa de campo de las hermanas Ontogeny y Phylogeny. Al verlo estas, lo primero que pensaron es que era un oso despistado, cuando vieron que era un hombre despistado se preocuparon. Ontogeny quería agarrar el rifle y descabezarlo certeramente. Phylogeny quería coger el hacha y dar cuenta de él. A la que se dieron cuenta El Picha estaba, con su barba, su zamarra, su gorrillo, y su escopeta, llamando a la puerta.
El Picha se dedicaba ahora a predicar la Palabra de Dios por las montañas. Con su verborrea y su buena planta no tardó en conquistar primero la hospitalidad de las hermanas, después su corazón, y finalmente su alma. Pasaron los años, y la felicidad reinaba en la casa de campo que un día levantara el pionero, El Picha se avenía con las vacas y con los indios (que parecían entender la Palabra de Dios), y las dos hermanas se avenían con El Picha y por interposición puede que con Dios. La cuestión es que pasaron más años y dos criaturas varones engrosaron el primer padrón municipal del lugar. Les llamaron Ontogenio y Filogenio, en castellano, el idioma natural de El Picha.
Y este fue el origen y así queda para la historia, que dirían Ontogeny y Phylogeny.
Silla Jotera
Las hermanas Ontogeny y Phylogeny crecieron en un ambiente de legumbres, vacas, indios, y osos. Bajo los cuidados del pionero (desde la muerte de Mo Mary-Ann a causa de la septicemia que le causó una cornada de Wichita, la puta vaca a la que se comieron al día siguiente casi cruda) las chicas se convirtieron en dos aguerridos leñadores capaces de conducir una manada de cuernilargos con la mirada.
Ontogeny era calmada y tímida, retraída. Y Phylogeny era nerviosilla y alegre, expansiva. Los indios del lugar, hartos finalmente de sus palizas y burlas, les cogieron cariño, y hasta los cocodrilos del arroyuelo Parkinson venían a comer de sus manos. Los jaguares les huían, y los osos, aunque al principio quisieron comérselas al final se postraban ante ellas cuando se internaban en lo más profundo del bosque con intención de asaltar algún panel de abejorros salvajes y hacerse con su miel aunque fuera a mamporrazos.
Un día pasó por allí El Picha, un bandolero gitano y de Sevilla que engañado por un compadre se embarcó para Cuba y ya en Cuba se dejó embaucar por otro compadre y terminó en lo más profundo de la Columbia Británica. Durante un tiempo se dedicó al despiste y el estraperlo en las pocas ciudades de la zona, puebluchos para mineros y tramperos con un mal perder de cuidado, a los que timaba en las timbas que se celebraban en las habitaciones de los saloones y hoteles, sitios que más que acoger aterrorizaban, o si se quiere te acogían como una tumba.
Un día, a causa de asuntos mayores y de unos desacuerdos menores con ciertos matones de Williams Lake, y sobre todo a causa de que un compadre le timó, decidió alejarse de la compañía de los humanos, y adentrarse en las inquietantes y parecía que interminables montañas. Aprendió a cazar, a asar venados y serpientes, a curtir sus pieles para hacerse mocasines y gorrillos, a sobrevivir comiendo raíces y derritiendo hielo, se dejó barba, se hizo amigo de otros tramperos y del oso Yogui…
Y un día El Picha, con su barba, su zamarra, su gorrillo, y su escopeta, pasó por allí, atravesando el arroyuelo Parkinson, junto a la casa de campo de las hermanas Ontogeny y Phylogeny. Al verlo estas, lo primero que pensaron es que era un oso despistado, cuando vieron que era un hombre despistado se preocuparon. Ontogeny quería agarrar el rifle y descabezarlo certeramente. Phylogeny quería coger el hacha y dar cuenta de él. A la que se dieron cuenta El Picha estaba, con su barba, su zamarra, su gorrillo, y su escopeta, llamando a la puerta.
El Picha se dedicaba ahora a predicar la Palabra de Dios por las montañas. Con su verborrea y su buena planta no tardó en conquistar primero la hospitalidad de las hermanas, después su corazón, y finalmente su alma. Pasaron los años, y la felicidad reinaba en la casa de campo que un día levantara el pionero, El Picha se avenía con las vacas y con los indios (que parecían entender la Palabra de Dios), y las dos hermanas se avenían con El Picha y por interposición puede que con Dios. La cuestión es que pasaron más años y dos criaturas varones engrosaron el primer padrón municipal del lugar. Les llamaron Ontogenio y Filogenio, en castellano, el idioma natural de El Picha.
Y este fue el origen y así queda para la historia, que dirían Ontogeny y Phylogeny.
Silla Jotera
Cuentos Meta: LA METAMOFROSIS
Gregorio Sansón, a quien todos en la prisión del Estado conocían como ‘El Tripas’ (apócope de ‘El Tripanosoma’), se despertó aquella mañana de ardoroso invierno convertido en una cucaracha fea, espeluznante.
Por las alegres galerías de la prisión sonaba en ese momento alguna alegre melodía compuesta por Miles Davis para ambientar ‘Ascensor al cadalso’, la película de Louis Malle que nadie de allí dentro había visto. El celador no pudo evitar un grito de terror al abrir la puerta de la celda de Gregorio Sansón y encontrarse aquella cucaracha gigante tumbada en el camastrillo. Y luego ya vinieron los líos administrativos.
Que si como iban a tener encerrada una cucaracha en una prisión para humanos, que si anda que no hay cucarachas por aquí y nos vendrá de una, pero no podrá acudir a los talleres, a la lavandería, y cómo le darán de comer, y encima -ya el colmo- no se le podrá dar garrote vil. ¿O si? ¿Igual lo mejor era llamar a los del control de plagas? El alcalde de la prisión del Estado, que se llamaba Mariano Macartín, pero en la prisión era conocido como ‘El Dionisio de Siracusa’, llamó a su despacho a Gregorio Sansón, ‘El Tripas’, ahora ‘La Cucaracha’, y le dejó las cosas claras. Ni esto no es un hotelillo de cachondeo ni ‘El Tripas’ era la Noemí Campbell, así que si quería continuar recibiendo las atenciones de la institución debería seguir las normas y dejarse de disfraces o metamorfosis. No soy tonto, destacó, y bien se que eso suyo pasa en un libro y no en la vida real.
Gregorio Sansón, alias ‘El Tripas-La Cucaracha’, miró al alcalde con animosos ojillos de insecto voraz. Por aquel entonces Gregorio ya pensaba como una cucaracha. Y era la hora de comer de las cucarachas. Abalanzándose sobre el alcalde comenzó por devorarle la cabeza y terminó comiéndosele hasta el último juanete. Tres horas más tarde se había comido a todos los habitantes de la prisión y buscaba desesperadamente una salida de esta.
Salida que no encontraba. Así que Franqui cogió las hojas escritas, las rompió, y volvió a comenzar. Y escribió: Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto.
Silla Jotera
Por las alegres galerías de la prisión sonaba en ese momento alguna alegre melodía compuesta por Miles Davis para ambientar ‘Ascensor al cadalso’, la película de Louis Malle que nadie de allí dentro había visto. El celador no pudo evitar un grito de terror al abrir la puerta de la celda de Gregorio Sansón y encontrarse aquella cucaracha gigante tumbada en el camastrillo. Y luego ya vinieron los líos administrativos.
Que si como iban a tener encerrada una cucaracha en una prisión para humanos, que si anda que no hay cucarachas por aquí y nos vendrá de una, pero no podrá acudir a los talleres, a la lavandería, y cómo le darán de comer, y encima -ya el colmo- no se le podrá dar garrote vil. ¿O si? ¿Igual lo mejor era llamar a los del control de plagas? El alcalde de la prisión del Estado, que se llamaba Mariano Macartín, pero en la prisión era conocido como ‘El Dionisio de Siracusa’, llamó a su despacho a Gregorio Sansón, ‘El Tripas’, ahora ‘La Cucaracha’, y le dejó las cosas claras. Ni esto no es un hotelillo de cachondeo ni ‘El Tripas’ era la Noemí Campbell, así que si quería continuar recibiendo las atenciones de la institución debería seguir las normas y dejarse de disfraces o metamorfosis. No soy tonto, destacó, y bien se que eso suyo pasa en un libro y no en la vida real.
Gregorio Sansón, alias ‘El Tripas-La Cucaracha’, miró al alcalde con animosos ojillos de insecto voraz. Por aquel entonces Gregorio ya pensaba como una cucaracha. Y era la hora de comer de las cucarachas. Abalanzándose sobre el alcalde comenzó por devorarle la cabeza y terminó comiéndosele hasta el último juanete. Tres horas más tarde se había comido a todos los habitantes de la prisión y buscaba desesperadamente una salida de esta.
Salida que no encontraba. Así que Franqui cogió las hojas escritas, las rompió, y volvió a comenzar. Y escribió: Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto.
Silla Jotera
Cuentos Meta: DULCE DESPERTAR SIN COBERTOR
Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza veía un vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos.
¿Qué me ha ocurrido?, pensó. Es la primera vez en mi vida que me despierto con el cobertor a punto de resbalar al suelo, y este hecho me alegra, pues el dichoso cobertor que tejió mamá siempre me molesta. Ha sido un dulce despertar, si señor.
Luego, más tarde incluso, papá y mamá quisieron entrar en la habitación de Gregorio Samsa, pero este, aterrado ante la posibilidad de que vieran el cobertor por los suelos, no les dejó entrar. Vino el apoderado, y tampoco le dejó entrar, ¿qué pensaría si viera el cobertor por el suelo? Y así se fue liando la cosa y al final el Gregorio terminó en la cárcel por algún asunto de archivos o de registros incorrectos, o incompletos, o vete a saber.
Silla Jotera
¿Qué me ha ocurrido?, pensó. Es la primera vez en mi vida que me despierto con el cobertor a punto de resbalar al suelo, y este hecho me alegra, pues el dichoso cobertor que tejió mamá siempre me molesta. Ha sido un dulce despertar, si señor.
Luego, más tarde incluso, papá y mamá quisieron entrar en la habitación de Gregorio Samsa, pero este, aterrado ante la posibilidad de que vieran el cobertor por los suelos, no les dejó entrar. Vino el apoderado, y tampoco le dejó entrar, ¿qué pensaría si viera el cobertor por el suelo? Y así se fue liando la cosa y al final el Gregorio terminó en la cárcel por algún asunto de archivos o de registros incorrectos, o incompletos, o vete a saber.
Silla Jotera
Cuentos Meta: LLEGADA AL MÁS ALLÁ
Según dijeron, el último día llegó al Más Allá. El viaje había sido largo y accidentado, como los grandes viajes, y sus brazos estaban cansadísimos de tanto aletear, sus pies destrozados por el incesante chapotear, su cabeza confundida por la velocidad, vertiginosa si atendemos a las costumbres del momento, cosa que no haremos, pues desconocemos de que momento se nos habla. Pues aún así, a velocidad de vértigo, resultó largo el viaje. Y accidentado, primero a causa de las imposibilidades, luego que si las inconveniencias, las incompatibilidades, las indigestiones, incapacidades, incongruencias… El colmo fueron los puentes, que ahí estaban, pero resultaban insalvables. Y aún así, con empeño y mucho ingenio, superó los ríos. Y entonces llegaron los lagos, los mares, los océanos, los vientos, los cielos, la estratosfera, el espacio… Pero todo lo salvó, y el último día llegó al Más Allá.
La entrada del Más Allá no prometía gran cosa, a penas dos columnillas unidas en su parte superior por un arco de repujados herrumbrosos, que mantenía una puerta de doble verja cerrada, y una garita pequeña y cochambrosa en la que se guarecía del inhóspito reinante un hombrecillo de aspecto poco saludable, cuya función era abrir una de las verjas a todos aquellos que por allí llegaran, y quisieran entrar. ¿Le abro?, preguntó al recién llegado el hombrecillo de aspecto poco saludable que guardaba el Más Allá.
El recién llegado dudó, dudó como lo había hecho durante todo el largo y accidentado viaje, a saber: ¿y si después de este largo y accidentado viaje, resultaba que estaba equivocado? Así que, aún dudando, le preguntó al hombrecillo de aspecto poco saludable que guardaba el Más Allá ¿y ahí dentro que encontraré, acaso una piscina con trampolín, un chiringuito con frankfurts, cañas y carajillos, cine al aire libre, por la noche discoteca, y todo gratis? Y el hombrecillo, abriéndole la verja sin albergar dudas, respondió: no lo sé, yo no he pasado.
Silla Jotera
La entrada del Más Allá no prometía gran cosa, a penas dos columnillas unidas en su parte superior por un arco de repujados herrumbrosos, que mantenía una puerta de doble verja cerrada, y una garita pequeña y cochambrosa en la que se guarecía del inhóspito reinante un hombrecillo de aspecto poco saludable, cuya función era abrir una de las verjas a todos aquellos que por allí llegaran, y quisieran entrar. ¿Le abro?, preguntó al recién llegado el hombrecillo de aspecto poco saludable que guardaba el Más Allá.
El recién llegado dudó, dudó como lo había hecho durante todo el largo y accidentado viaje, a saber: ¿y si después de este largo y accidentado viaje, resultaba que estaba equivocado? Así que, aún dudando, le preguntó al hombrecillo de aspecto poco saludable que guardaba el Más Allá ¿y ahí dentro que encontraré, acaso una piscina con trampolín, un chiringuito con frankfurts, cañas y carajillos, cine al aire libre, por la noche discoteca, y todo gratis? Y el hombrecillo, abriéndole la verja sin albergar dudas, respondió: no lo sé, yo no he pasado.
Silla Jotera
Cuentos Meta: META UN GOL
Smith, nuestro portero, comienza la jugada con un saque en corto, de esos que tan bien le salen armando su portentoso y al tiempo sensible brazo, para dejar el balón en los pies de Chisandreli, nuestro defensa central. Este siempre continúa la jugada precisamente así, jugando el balón, bien clarito se lo tiene explicado el Mister: Chisandreli, nada de balones largos a la olla, Chisandreli, hay que jugar el balón, Chisandreli, jugar el balón, Chisandreli, jugar el balón. Yo creo que Chisandreli ya tiene la frasecita grabada en su cabezón de cabrero siciliano. Y eso hace Chisandreli, juega el balón, se adentra en la medular del contrario jugando el balón, venga jugar el balón, hasta que lo pierde el muy capullo. Chisandreliiiiiiiii, grita entonces el Mister desde el banquillo, a jugarlo pero sin perderlo, coño.
Menos mal de Ngono, nuestro medio de arrastre, que siempre está ahí para interceptar los pases en diagonal del contrario, impidiéndoles usar sus pasillos de seguridad, que dice el Mister. Ngono, le dice el Mister, usted olvídese de correr por la sabana y se me concentra en los pasillos de seguridad. Eso le dice a Ngono, que no se entera de nada porque no tiene ni puta idea de español. Por eso siempre está sonriente, que parece que esté en una nube africana el muy cabrón, eso si, al acecho como un león, y este a la que roba la bola si que, visto y no visto, ya se la ha pasado a Javierín, nuestro medio campo.
Nuestro medio campo es cosa a parte. Chico de la casa desde los seis añitos ha mamado tanto club que es un crío y parece un veterano hasta al lado del Presidente. ¿Y como juega?, pues como en el patio del cole. Una vez jugábamos contra unos daneses y el tipo que le marcaba era como cinco vikingos, una pinta. Cuidado con este que se te querrá comer, le dije al Javierín. Pues me miró con esa cara de pillo que tiene y me dice: tranquis, que este después de marcarme será otro hombre. Joder la que le lió el Javierín al vikingo. El pavo medía más de dos metros y cuando terminó el partido era como si no estuviera en el campo, de lo pequeñito que parecía. Y es que el Javierín te hipnotiza, se cose la bola al pie y empieza un toquecito por aquí, ahora una media vuelta para allá, un saltito, ahora para aquí, ahora pallá, media vuelta… Y que no hay manera de meter el pie, lo pequeñillo que es y como cubre la bola el tío. Y hala, a la que el contrario se da cuenta ya está el Javierín al borde de su área, y jugando bola.
Y en el borde del área contraria, esperando al Javierín (o a su pase, que es que este chico hace siempre lo que menos te esperas pero que mejor resulta), en el borde del área está nuestro increíble Rigoberto, Rigoberto O’Bolas, el Príncipe de Maracaná, un retaco barrigón que coge la bola y zas, gol. Si, coge la bola y zas, gol. Zas, gol. Eso si, para que coja la bola hay que ponérsela al pie, al pie izquierdo, en la parte exterior de su pie izquierdo, en la puntera de la parte exterior izquierda de su bota, y siempre llegando la bola en diagonal y por su izquierda. Si no, el tío no la coge. Que no la coge, ea, ya sea un amistoso contra el Palau Tordera ya sea la final de la Copa de Europa, el tío no la coge. ¿Y que le dice el Mister? Nada, que le va a decir a Rigoberto O’Bola, el Príncipe de Maracaná. Nos lo dice a nosotros: ustedes le pasan la pelota al señor Rigoberto a la puntera de la parte exterior izquierda de la bota de su pie izquierdo, en diagonal y por su izquierda, a ver si la coge y zas, gol.
¿Qué no la coge? Ahí está Günter ‘el Pistones’ entrando por la diagonal del área como una locomotora de hierro alsaciano, arrasando el frente de la defensa contraria como el que arrasa una nevera llena de apetitosas salchichas bratswurg y jarras de cerveza bien rubia. Este a veces además de meter la bola en la portería se mete a él con tres o cuatro contrarios que se trae arrastrando desde la banda, a veces hasta colgando de sus calzoncillos. Una fiera. Cuando está entonado, o sea, cuando está en su punto exacto de cervezas, como se halla tomado una de más o una de menos ya la hemos liado, porque o se pega con el linier o todo el rato anda arrodillándose y llorando los continuos fallos. Su punto son siete jarras, ni una más ni una menos.
¿Que Günter se ha tomado una jarra de más?, ¿que el señor Rigoberto O’Bola no la coge?, ¿que a Javierín se le nubla la mente?, ¿que Ngono se distrae con la sabana?, ¿que Chisandreli la juega y la pierde?, ¿que Smith tiene el día del brazo tonto (que los tiene)? No pasa nada. No pasa nada. Ahí estoy yo. Yo soy el que se levanta y superando todos los obstáculos apaga la tele. Soy el del sofá.
Silla Jotera
Menos mal de Ngono, nuestro medio de arrastre, que siempre está ahí para interceptar los pases en diagonal del contrario, impidiéndoles usar sus pasillos de seguridad, que dice el Mister. Ngono, le dice el Mister, usted olvídese de correr por la sabana y se me concentra en los pasillos de seguridad. Eso le dice a Ngono, que no se entera de nada porque no tiene ni puta idea de español. Por eso siempre está sonriente, que parece que esté en una nube africana el muy cabrón, eso si, al acecho como un león, y este a la que roba la bola si que, visto y no visto, ya se la ha pasado a Javierín, nuestro medio campo.
Nuestro medio campo es cosa a parte. Chico de la casa desde los seis añitos ha mamado tanto club que es un crío y parece un veterano hasta al lado del Presidente. ¿Y como juega?, pues como en el patio del cole. Una vez jugábamos contra unos daneses y el tipo que le marcaba era como cinco vikingos, una pinta. Cuidado con este que se te querrá comer, le dije al Javierín. Pues me miró con esa cara de pillo que tiene y me dice: tranquis, que este después de marcarme será otro hombre. Joder la que le lió el Javierín al vikingo. El pavo medía más de dos metros y cuando terminó el partido era como si no estuviera en el campo, de lo pequeñito que parecía. Y es que el Javierín te hipnotiza, se cose la bola al pie y empieza un toquecito por aquí, ahora una media vuelta para allá, un saltito, ahora para aquí, ahora pallá, media vuelta… Y que no hay manera de meter el pie, lo pequeñillo que es y como cubre la bola el tío. Y hala, a la que el contrario se da cuenta ya está el Javierín al borde de su área, y jugando bola.
Y en el borde del área contraria, esperando al Javierín (o a su pase, que es que este chico hace siempre lo que menos te esperas pero que mejor resulta), en el borde del área está nuestro increíble Rigoberto, Rigoberto O’Bolas, el Príncipe de Maracaná, un retaco barrigón que coge la bola y zas, gol. Si, coge la bola y zas, gol. Zas, gol. Eso si, para que coja la bola hay que ponérsela al pie, al pie izquierdo, en la parte exterior de su pie izquierdo, en la puntera de la parte exterior izquierda de su bota, y siempre llegando la bola en diagonal y por su izquierda. Si no, el tío no la coge. Que no la coge, ea, ya sea un amistoso contra el Palau Tordera ya sea la final de la Copa de Europa, el tío no la coge. ¿Y que le dice el Mister? Nada, que le va a decir a Rigoberto O’Bola, el Príncipe de Maracaná. Nos lo dice a nosotros: ustedes le pasan la pelota al señor Rigoberto a la puntera de la parte exterior izquierda de la bota de su pie izquierdo, en diagonal y por su izquierda, a ver si la coge y zas, gol.
¿Qué no la coge? Ahí está Günter ‘el Pistones’ entrando por la diagonal del área como una locomotora de hierro alsaciano, arrasando el frente de la defensa contraria como el que arrasa una nevera llena de apetitosas salchichas bratswurg y jarras de cerveza bien rubia. Este a veces además de meter la bola en la portería se mete a él con tres o cuatro contrarios que se trae arrastrando desde la banda, a veces hasta colgando de sus calzoncillos. Una fiera. Cuando está entonado, o sea, cuando está en su punto exacto de cervezas, como se halla tomado una de más o una de menos ya la hemos liado, porque o se pega con el linier o todo el rato anda arrodillándose y llorando los continuos fallos. Su punto son siete jarras, ni una más ni una menos.
¿Que Günter se ha tomado una jarra de más?, ¿que el señor Rigoberto O’Bola no la coge?, ¿que a Javierín se le nubla la mente?, ¿que Ngono se distrae con la sabana?, ¿que Chisandreli la juega y la pierde?, ¿que Smith tiene el día del brazo tonto (que los tiene)? No pasa nada. No pasa nada. Ahí estoy yo. Yo soy el que se levanta y superando todos los obstáculos apaga la tele. Soy el del sofá.
Silla Jotera
Cuentos Meta: MÁS ALLÁ DE LA PROGRAMACIÓN TELEVISIVA
El señor aquel tomó la determinación siguiente: se grabaría cada día con su cámara de vídeo, editaría dichos vídeos según sus pasajeras apetencias, con ellos compondría una programación televisiva que resultara de su momentáneo agrado, finalmente se convertiría en el espectador de… ¡su propia cadena televisiva!
Eso hizo. Y así duró seis semanas que casi son dos meses. Cuando una mañana salió de casa, aquel hombre era un monstruo sin escrúpulos, por otro lado rebosante de resentimientos. No puedo contar lo que sucedió aquella mañana en los hasta el momento apacibles parajes que rodeaban el hogar de aquel señor porque no hay palabras, no señor, no las hay, y si las hubo espero que no las vuelva a haber hasta que la humanidad haya avanzado tanto en sus conocimientos y en la correcta aplicación de estos como para asimilarlas sin resultar lastimados en nuestro ánimo o enturbiada nuestra hora de merienda.
Pero espera, porque no contento con alcanzar tal cima, aquel señor tomó otra determinación, y no menos singular que la anterior. La que sigue: cada día grabaría a los otros con su cámara de vídeo, editaría dichos vídeos según las pasajeras apetencias de los otros, con ellos compondría una programación televisiva que resultara del momentáneo agrado de esos otros, finalmente les obligaría a convertirse en los espectadores de… ¡su propia cadena televisiva!
Eso hizo. Y así ganó mucho dinero.
Eso hizo. Y así duró seis semanas que casi son dos meses. Cuando una mañana salió de casa, aquel hombre era un monstruo sin escrúpulos, por otro lado rebosante de resentimientos. No puedo contar lo que sucedió aquella mañana en los hasta el momento apacibles parajes que rodeaban el hogar de aquel señor porque no hay palabras, no señor, no las hay, y si las hubo espero que no las vuelva a haber hasta que la humanidad haya avanzado tanto en sus conocimientos y en la correcta aplicación de estos como para asimilarlas sin resultar lastimados en nuestro ánimo o enturbiada nuestra hora de merienda.
Pero espera, porque no contento con alcanzar tal cima, aquel señor tomó otra determinación, y no menos singular que la anterior. La que sigue: cada día grabaría a los otros con su cámara de vídeo, editaría dichos vídeos según las pasajeras apetencias de los otros, con ellos compondría una programación televisiva que resultara del momentáneo agrado de esos otros, finalmente les obligaría a convertirse en los espectadores de… ¡su propia cadena televisiva!
Eso hizo. Y así ganó mucho dinero.
Cuentos Meta: META LO QUE SEA
La piel de dos naranjas y el zumo de trescientos pomelos. Mil seiscientos setenta y cinco cacahuetes de procedencia desconocida. Una ‘roulotte’ con capacidad para cuatro personas. Cinco sombrillas. Gambas a discreción, y alcaparrones. Cincuenta vigas de hormigón. Un sacacorchos.
Fogones. Pilas. Un chifonier estilo Luis XIV. Tocadiscos. Seiscientas doce entradas para un partido de los Lakers. Tres alzacuellos para quita y pon. Diecisiete kilos de costillas de cordero. Un llavero de ‘Automotores Rimpley’. Mantequilla. Siete sombreros de al ancha, cuatro boinas, y una bufanda con orejeras. Tornillos del 4,5 y broca del 5. Un autobús.
Termitas. Un regalo rechazado. Dos bocadillos de jamón, tomate, queso, tomate, queso y queso. Cincuenta y siete aeroplanos en formación de ataque. Un vale del Schlaeker. Tres grapadoras de diferentes medidas. Un trasatlántico en el que viaje Kimberly Weilleres o alguna amiga suya. Condones a discreción, miel y reconstituyentes. Una compañía de circo. Y por último otro llavero de ‘Automotores Rimpley’.
Silla Jotera
Fogones. Pilas. Un chifonier estilo Luis XIV. Tocadiscos. Seiscientas doce entradas para un partido de los Lakers. Tres alzacuellos para quita y pon. Diecisiete kilos de costillas de cordero. Un llavero de ‘Automotores Rimpley’. Mantequilla. Siete sombreros de al ancha, cuatro boinas, y una bufanda con orejeras. Tornillos del 4,5 y broca del 5. Un autobús.
Termitas. Un regalo rechazado. Dos bocadillos de jamón, tomate, queso, tomate, queso y queso. Cincuenta y siete aeroplanos en formación de ataque. Un vale del Schlaeker. Tres grapadoras de diferentes medidas. Un trasatlántico en el que viaje Kimberly Weilleres o alguna amiga suya. Condones a discreción, miel y reconstituyentes. Una compañía de circo. Y por último otro llavero de ‘Automotores Rimpley’.
Silla Jotera
Cuentos Misantropos: EL FIN DEL ULTIMO LIBRO
Y entonces callo Praga. ¿Que habia bibliotecas?, fueron saqueadas, ¿que habia bibliotecarios? torturados y occisos, ¿habia archiveras?, habia. Y con los encargados del manejo de los archivos microfilmados se hicieron pedacitos, que se archivaron, y posteriormente ardieron en la gran pira que se alzo en el centro de Praga para celebrar el fin de la tirania. A tomar por culo los libros, coño. Y caida Praga ¿que quedaba?, nada, ni una biblioteca, ni un libro, ni una frase, ni una palabra, ni una letra, ni un acento.
Putos acentos, por fin les he dao pol culo, penso Pepe Vlanco, ni un puto acento mas, se acabo. Vale que queda la China, pensaba Pepe Vlanco, con sus letras rarisimas, incomprensibles, o secretas, pero bueno: no usan acentos.
Llamaron a la puerta.
Palante, dijo Pepe Vlanco, y el capitan Michel Yon entro en el Gran Salon Personal Portatil del Bos General.
Bos General, dijo el capitan, pido su permiso para que pasen a la accion inmediatamente nuestras tropas especiales.
¿Y eso?, se extraño Pepe Vlanco, si toda Praga estaba vencida ¿para que necesitaban ahora a sus valientes escuadrones de superanalfabetos?
Resistencia mai Bos, dijo el capitan, encontramos mas de la que esperabamos, estos mierdas hacian libros hasta con sopa, sopa de letras la llaman.
Me cago en la Copa de Uropa grito Pepe Vlanco, que comenzo a dar vueltas por el Gran Salon pegando furiosos patadones al Gran Balon, una pelota dorada que llevaba atada a un tobillo mediante una fina y tambien dorada cuerdecilla elastica. ¡No quiero que quede ni un libro, y es muy facil: se cogen los putos libros y se queman, lo vi en una peli, y no hay mas, a tomar por culo libros y al que le gusten que se joda, y si no se jode lo quemamos tambien, y punto!
Eso hacemos mai Bos, respondio con alegria el capitan, y si soltamos ahora nuestras tropas de analfabetos orgullosos y bien armados, es que no queda ni la ultima ene del ultimo libro.
¿La ultima ene?, pregunto Pepe Vlanco a su mejor capitan mientras un desafortunado rebote del Gran Balon le coloreaba una mejilla.
La ene de FIN, dijo el capitan adelantando un poquito los hombros.
Ah, esa... murmuro Pepe Vlanco mientras rajaba el Gran Balon con su Gran Espada. Claro, claro, esa ene, que cabrona, la mas cabrona, claro, la ultima...
Japuta, murmuro el capitan.
No quiero que quede ni una, quiero que deis con el ultimo libro y machaqueis bien machacada esa ultima ene, que no quede ni... ni...
Ni jota, aventuro el capitan.
Mucho sabes tu de letras, advirtio de pronto el Bos General, que si enes que si jotas... No se, me parece que voy a prohibir que se utilicen las letras asi, por separado y al tuntun, la ene, la ele, la... la onu, la... bueno todas, no te joe...
Bien hecho, asintio el capitan, pero ¿sacamos o no sacamos las tropas especiales?
Ya lo creo, ordeno Pepe Vlanco, y que me preparen el Bugatti más guapo que tengo, quiero eliminar esa ultima ene con mis propias zarpas, ya lo creo, ya lo creo... la ultima ene, la... Algun mal pensamiento detuvo entonces el espadachin apuñalamiento al que sometia Pepe Vlanco al cuero especial del antes flamante Gran Balon. Oye, dijo Pepe Vlanco, ¿estas seguro que todos los libros tienen FIN? Coño, exhalo el capitan, no tengo ni puta idea.
Silla Jotera
Putos acentos, por fin les he dao pol culo, penso Pepe Vlanco, ni un puto acento mas, se acabo. Vale que queda la China, pensaba Pepe Vlanco, con sus letras rarisimas, incomprensibles, o secretas, pero bueno: no usan acentos.
Llamaron a la puerta.
Palante, dijo Pepe Vlanco, y el capitan Michel Yon entro en el Gran Salon Personal Portatil del Bos General.
Bos General, dijo el capitan, pido su permiso para que pasen a la accion inmediatamente nuestras tropas especiales.
¿Y eso?, se extraño Pepe Vlanco, si toda Praga estaba vencida ¿para que necesitaban ahora a sus valientes escuadrones de superanalfabetos?
Resistencia mai Bos, dijo el capitan, encontramos mas de la que esperabamos, estos mierdas hacian libros hasta con sopa, sopa de letras la llaman.
Me cago en la Copa de Uropa grito Pepe Vlanco, que comenzo a dar vueltas por el Gran Salon pegando furiosos patadones al Gran Balon, una pelota dorada que llevaba atada a un tobillo mediante una fina y tambien dorada cuerdecilla elastica. ¡No quiero que quede ni un libro, y es muy facil: se cogen los putos libros y se queman, lo vi en una peli, y no hay mas, a tomar por culo libros y al que le gusten que se joda, y si no se jode lo quemamos tambien, y punto!
Eso hacemos mai Bos, respondio con alegria el capitan, y si soltamos ahora nuestras tropas de analfabetos orgullosos y bien armados, es que no queda ni la ultima ene del ultimo libro.
¿La ultima ene?, pregunto Pepe Vlanco a su mejor capitan mientras un desafortunado rebote del Gran Balon le coloreaba una mejilla.
La ene de FIN, dijo el capitan adelantando un poquito los hombros.
Ah, esa... murmuro Pepe Vlanco mientras rajaba el Gran Balon con su Gran Espada. Claro, claro, esa ene, que cabrona, la mas cabrona, claro, la ultima...
Japuta, murmuro el capitan.
No quiero que quede ni una, quiero que deis con el ultimo libro y machaqueis bien machacada esa ultima ene, que no quede ni... ni...
Ni jota, aventuro el capitan.
Mucho sabes tu de letras, advirtio de pronto el Bos General, que si enes que si jotas... No se, me parece que voy a prohibir que se utilicen las letras asi, por separado y al tuntun, la ene, la ele, la... la onu, la... bueno todas, no te joe...
Bien hecho, asintio el capitan, pero ¿sacamos o no sacamos las tropas especiales?
Ya lo creo, ordeno Pepe Vlanco, y que me preparen el Bugatti más guapo que tengo, quiero eliminar esa ultima ene con mis propias zarpas, ya lo creo, ya lo creo... la ultima ene, la... Algun mal pensamiento detuvo entonces el espadachin apuñalamiento al que sometia Pepe Vlanco al cuero especial del antes flamante Gran Balon. Oye, dijo Pepe Vlanco, ¿estas seguro que todos los libros tienen FIN? Coño, exhalo el capitan, no tengo ni puta idea.
Silla Jotera
Cuentos Misántropos: A COMER
El culo de Lalo Pimentel se ofrecía a las fauces del cocodrilo como una madre ofrecería el bocata de jamón a sus vástagos. Coco Largo sacó la vara del lago y le pegó un palazo en el culo a Lalo Pimentel, que dando un respingo lo introdujo de nuevo en la canoa y dijo Joder Coco como te pasas. Entonces asomó el cocodrilo de las aguas y lanzó un voraz mordisco al lugar donde segundos antes reposaba el culo de Lalo Pimentel. Culo a salvo, dijo Coco. Joder Coco que miedo, dijo Lalo Pimentel, mirando con ojos muy abiertos los ojos del cocodrilo, que le observaban.
También le observaban los guerreros Tuku-tuku, que ocultos en la frondosidad de los márgenes del lago se relamían ante la visión de aquel wuana apetitoso. Pero sólo se relamían, inmóviles e impertérritos dejaron pasar la canoa lago arriba. Hacia su aldea.
Ahora Lalo Pimentel meaba en el lago por la borda de la canoa y decía Joder Coco que alivio. Coco Largo sacó la vara del lago y le pegó un palazo en el rabo a Lalo Pimentel, que dando un respingo lo introdujo de nuevo en sus pantalones y dijo Joder Coco. Entonces asomó el cocodrilo de las aguas y lanzó un voraz mordisco al lugar donde segundos antes se encontraba el rabo de Lalo Pimentel. Joder Coco que miedo, dijo Lalo Pimentel mirando con ojos muy abiertos los ojos del cocodrilo, que le observaban.
Y también le observaban los guerreros Tuku-tuku, que en la frondosidad de los márgenes del lago se relamían, aunque inmóviles e impertérritos dejaran pasar la canoa lago arriba. Hacia su aldea, a la que ya habían enviado oportuno aviso. Preparen la olla.
Lalo Pimentel tenía hambre y Coco Largo decidió acercarse a la orilla y cazar algún mono para asarlo a la paisana. Repasaban los huesillos del costillar del mico cuando Lalo Pimentel lamentó no disponer de un purito para rematar la comilona. Con uno de los huesillos, Lalo Pimentel se escarbó entre los dientes. Coco Largo se puso de pie de un salto al tiempo que gritaba Tú no hacer Tú no hacer. No hacer el qué le preguntó Lalo Pimentel algo alarmado. Tú no jugar con hueso de mono, ser gran yuyo. Pero hombre, si nos lo hemos comido, nos querrás que ahora le tengamos pena y le hagamos una tumbita. Mono, dijo Coco Largo con gran dignidad, ser hermano que ofrece su vida para que nosotros vivir, no para jugar, nosotros comer mono pero jugar con pelota, no con mono. No me toques las pelotas Coco, dijo Lalo Pimentel seleccionando ahora el cráneo pelado del suculento mono. Se levantó con el cráneo en la mano, adoptó la postura de un quarterback, y le pegó un patadón al cráneo del mono, que voló por encima de las copas de los árboles de la frondosa selva del Kirikiki.
Y voló y voló, hasta impactar en el duro cabezón de Yolo Coloco, el jefe de los guerreros Tuku-tuku que en la frondosidad de los márgenes del lago se relamían, inmóviles e impertérritos, dejando pasar la canoa lago arriba, hacia su aldea. Pero el jefe Yolo Coloco ya no estaba inmóvil ni impertérrito, se dolía y se frotaba el chichón, y sostenía el cráneo del mono con incredulidad no exenta de ira. Yuyo, yuyo, el wana hace yuyo. Había que mandar un nuevo aviso a la aldea. Que no prepararan la olla, a los idiotas se los comían crudos. Y vivos.
Lalo Pimentel y su panza llena dormían la siesta en la canoa, su mano desvanecida se sumergía en las aguas. Coco Largo introdujo la vara en el fondo de las aguas para impulsar la canoa, y el cocodrilo asomó sus ojillos. Coco Largo miró para otro lado. Y entonces vio a los Tuku-tuku escondidos en la frondosidad de los márgenes del río. De un palazo consiguió que Lalo Pimentel introdujera su mano en la canoa y el cocodrilo mordiera de nuevo en blando. Joder Coco que susto, dijo Lalo Pimentel. Tú no tener susto, enseguida llegar a aldea Tuku-tuku. Y esos son amigos, preguntó Lalo Pimentel. Seguro, respondió Coco Largo.
Silla Jotera
También le observaban los guerreros Tuku-tuku, que ocultos en la frondosidad de los márgenes del lago se relamían ante la visión de aquel wuana apetitoso. Pero sólo se relamían, inmóviles e impertérritos dejaron pasar la canoa lago arriba. Hacia su aldea.
Ahora Lalo Pimentel meaba en el lago por la borda de la canoa y decía Joder Coco que alivio. Coco Largo sacó la vara del lago y le pegó un palazo en el rabo a Lalo Pimentel, que dando un respingo lo introdujo de nuevo en sus pantalones y dijo Joder Coco. Entonces asomó el cocodrilo de las aguas y lanzó un voraz mordisco al lugar donde segundos antes se encontraba el rabo de Lalo Pimentel. Joder Coco que miedo, dijo Lalo Pimentel mirando con ojos muy abiertos los ojos del cocodrilo, que le observaban.
Y también le observaban los guerreros Tuku-tuku, que en la frondosidad de los márgenes del lago se relamían, aunque inmóviles e impertérritos dejaran pasar la canoa lago arriba. Hacia su aldea, a la que ya habían enviado oportuno aviso. Preparen la olla.
Lalo Pimentel tenía hambre y Coco Largo decidió acercarse a la orilla y cazar algún mono para asarlo a la paisana. Repasaban los huesillos del costillar del mico cuando Lalo Pimentel lamentó no disponer de un purito para rematar la comilona. Con uno de los huesillos, Lalo Pimentel se escarbó entre los dientes. Coco Largo se puso de pie de un salto al tiempo que gritaba Tú no hacer Tú no hacer. No hacer el qué le preguntó Lalo Pimentel algo alarmado. Tú no jugar con hueso de mono, ser gran yuyo. Pero hombre, si nos lo hemos comido, nos querrás que ahora le tengamos pena y le hagamos una tumbita. Mono, dijo Coco Largo con gran dignidad, ser hermano que ofrece su vida para que nosotros vivir, no para jugar, nosotros comer mono pero jugar con pelota, no con mono. No me toques las pelotas Coco, dijo Lalo Pimentel seleccionando ahora el cráneo pelado del suculento mono. Se levantó con el cráneo en la mano, adoptó la postura de un quarterback, y le pegó un patadón al cráneo del mono, que voló por encima de las copas de los árboles de la frondosa selva del Kirikiki.
Y voló y voló, hasta impactar en el duro cabezón de Yolo Coloco, el jefe de los guerreros Tuku-tuku que en la frondosidad de los márgenes del lago se relamían, inmóviles e impertérritos, dejando pasar la canoa lago arriba, hacia su aldea. Pero el jefe Yolo Coloco ya no estaba inmóvil ni impertérrito, se dolía y se frotaba el chichón, y sostenía el cráneo del mono con incredulidad no exenta de ira. Yuyo, yuyo, el wana hace yuyo. Había que mandar un nuevo aviso a la aldea. Que no prepararan la olla, a los idiotas se los comían crudos. Y vivos.
Lalo Pimentel y su panza llena dormían la siesta en la canoa, su mano desvanecida se sumergía en las aguas. Coco Largo introdujo la vara en el fondo de las aguas para impulsar la canoa, y el cocodrilo asomó sus ojillos. Coco Largo miró para otro lado. Y entonces vio a los Tuku-tuku escondidos en la frondosidad de los márgenes del río. De un palazo consiguió que Lalo Pimentel introdujera su mano en la canoa y el cocodrilo mordiera de nuevo en blando. Joder Coco que susto, dijo Lalo Pimentel. Tú no tener susto, enseguida llegar a aldea Tuku-tuku. Y esos son amigos, preguntó Lalo Pimentel. Seguro, respondió Coco Largo.
Silla Jotera
Cuentos Misántropos: UN ENFADO DE DIOS PADRE
Ante sus constantes negativas, el padre Viriato se hartó y golpeó con la cruz y con furia la cabeza de Crispín. Y se la partió en dos como el que abre una nuez. Escondió el cuerpo del monaguillo en el armario de las túnicas y se dispuso a dar misa.
Durante la misa se hizo un pajote consolador a resguardo del altar. Luego, durante las confesiones, el padre Viriato se la hizo chupar por Amparín, la hija púber del alcalde, y por la señora Paquita, la ciega a la que había explicado que chupar cirios no era una desviación, sino el carril señalizado de la autopista directa al cielo salvador. De remate había enculado a la mujer del médico, y luego se había limpiado los trozos de mierda que le quedaron en la polla en el coño de doña Virtudes, la farmacéutica.
A la hora de la merienda el padre Viriato se acercó al Casino. El alcalde, el médico y el farmacéutico, que jugaban al guiñote en una mesa, invitaron al padre a acompañarlos, y este aceptó. Y qué, le inquirió el alcalde, como lleva la catequesis mi Amparito. Bien, hijo mío, es una chica muy aplicada, aunque por la edad que tiene conviene estar al tanto para alejarla de las tentaciones. Mi mujer, dijo el médico, está muy contenta con sus servicios evangélicos, dice que con usted la parroquia ha cobrado nueva vida. Ay, hijo, que ejemplo es tu mujer, que santa abnegación la suya… La mía si que está contenta, terció el farmacéutico, si hasta dice que ahora irá a ayudarle a la misa de maitines, ¿pero eso aún existe, padre? A quien madruga, hijo mío…
En esas entró en el Casino la señora Paquita y comenzó su habitual ronda de venta de cupones de la Once por las mesas. Cuando llegó a la de nuestros amigos, dijo La niña bonita, llevo la terminación de la niña bonita. Danos uno a cada uno, dijo el alcalde, hoy invito yo. Mientras repartía los cupones la ciega se dirigió al padre Viriato. ¿Ha visto a usted al Crispín, padre?, hace rato que terminó la misa y me ha dicho su madre que aún no ha vuelto a casa. Ay, hija, ese Crispín es un bicho de cuidado, figúrate que esta tarde no se ha presentado ni a dar la misa.
Y entonces entró Crispín en el Casino. Llevaba el crucifijo del padre Viriato clavado en el cráneo, o mejor en el mismísimo cerebro, porque el cráneo lo tenía partido en dos como una nuez. La sangre le chorreaba por todo el cuerpo, y una de sus arterias hasta parecía una fuentecilla. Y sin embargo allí estaba, caminando hacia la mesa de nuestros contertulios que, atónitos como todo el Casino, aguardaban el desenlace de aquel momento terrorífico.
Cuando Crispín llegó a la mesa dijo Padre, no se enfade usted así que ya se la chupo, y se desplomó.
Silla Jotera
Durante la misa se hizo un pajote consolador a resguardo del altar. Luego, durante las confesiones, el padre Viriato se la hizo chupar por Amparín, la hija púber del alcalde, y por la señora Paquita, la ciega a la que había explicado que chupar cirios no era una desviación, sino el carril señalizado de la autopista directa al cielo salvador. De remate había enculado a la mujer del médico, y luego se había limpiado los trozos de mierda que le quedaron en la polla en el coño de doña Virtudes, la farmacéutica.
A la hora de la merienda el padre Viriato se acercó al Casino. El alcalde, el médico y el farmacéutico, que jugaban al guiñote en una mesa, invitaron al padre a acompañarlos, y este aceptó. Y qué, le inquirió el alcalde, como lleva la catequesis mi Amparito. Bien, hijo mío, es una chica muy aplicada, aunque por la edad que tiene conviene estar al tanto para alejarla de las tentaciones. Mi mujer, dijo el médico, está muy contenta con sus servicios evangélicos, dice que con usted la parroquia ha cobrado nueva vida. Ay, hijo, que ejemplo es tu mujer, que santa abnegación la suya… La mía si que está contenta, terció el farmacéutico, si hasta dice que ahora irá a ayudarle a la misa de maitines, ¿pero eso aún existe, padre? A quien madruga, hijo mío…
En esas entró en el Casino la señora Paquita y comenzó su habitual ronda de venta de cupones de la Once por las mesas. Cuando llegó a la de nuestros amigos, dijo La niña bonita, llevo la terminación de la niña bonita. Danos uno a cada uno, dijo el alcalde, hoy invito yo. Mientras repartía los cupones la ciega se dirigió al padre Viriato. ¿Ha visto a usted al Crispín, padre?, hace rato que terminó la misa y me ha dicho su madre que aún no ha vuelto a casa. Ay, hija, ese Crispín es un bicho de cuidado, figúrate que esta tarde no se ha presentado ni a dar la misa.
Y entonces entró Crispín en el Casino. Llevaba el crucifijo del padre Viriato clavado en el cráneo, o mejor en el mismísimo cerebro, porque el cráneo lo tenía partido en dos como una nuez. La sangre le chorreaba por todo el cuerpo, y una de sus arterias hasta parecía una fuentecilla. Y sin embargo allí estaba, caminando hacia la mesa de nuestros contertulios que, atónitos como todo el Casino, aguardaban el desenlace de aquel momento terrorífico.
Cuando Crispín llegó a la mesa dijo Padre, no se enfade usted así que ya se la chupo, y se desplomó.
Silla Jotera
Cuentos Misántropos: EL HOMBRE QUE LLEGÓ A LA LUNA EN UN SUBMARINO
El hombre que llegó a la luna en un submarino, un catalán, fue muy cuestionado en los medios de comunicación del momento, a pesar de que se habían emitido horas y horas del reportaje en el que el submarino zarpaba del puerto de Vilanova i la Geltrú, realizaba su inmersión en el Mediterráneo, y sorprendentemente alunizaba en la Luna. Decía la prensa que si era un montaje, un embrollo más del Zapatero y su Club de las Civilizaciones.
Por su parte, cuando Llorenç Cunillons alunizó con su submarino ‘Monturiol 2.022’, se vistió de buzo y se dispuso a visitar la Luna. En la Luna fue recibido por el Rey Lunático y su corte, que le ofrecieron una cena con los más exquisitos manjares del iluminado satélite. Y luego, en la tertulia…
Dígame, le preguntó el Rey Lunático a nuestro submarinista espacial catalán, usted quien cree que ganará la Liga, porque desde aquí al Barça se le ve flojucho. Llorenç, de natural amante del noble deporte del balompié se recreó en las explicaciones. Luego el Rey Lunático, satisfecho por el derrotero de la mejor liga del universo, propuso que la Reina y las chicas lunáticas se fueran a fregar los platos, mientras los chicos tocaban un poco el piano y luego se pillaban los cojones con las tapas de los mismos. Así lo hicieron.
Por la noche (lunar) Llorenç subió a su submarino con los cojones amoratados y unos cuantos presentes para la Humanidad, y tras despedirse de sus nuevos amigos lunáticos inició el viaje de regreso a la Tierra. Cuando llegó fue detenido bajo la acusación de insolencia y originalidad, y puesto a disposición de la autoridad judicial pertinente, que lo sentenció a 30 años y un día de trabajos forzados en un mostrador de Cita Previa del Sistema Sanitario de la Comunidad de Madrid. Murió antes de completar sus tareas administrativo funcionariales, y fue enterrado sin pompas en los extramuros del cementerio de su pueblo, donde su tumba y memoria son continuamente vilipendiadas con pintadas del tipo ‘El boix’ o ‘Me la chupas cabrón’. Su hazaña fue silenciada, Myspace retiró los vídeos de la red, y el submarino vendido a precio de chatarra, desmontado, y reciclado en parrillas para los calçots.
Silla Jotera
Por su parte, cuando Llorenç Cunillons alunizó con su submarino ‘Monturiol 2.022’, se vistió de buzo y se dispuso a visitar la Luna. En la Luna fue recibido por el Rey Lunático y su corte, que le ofrecieron una cena con los más exquisitos manjares del iluminado satélite. Y luego, en la tertulia…
Dígame, le preguntó el Rey Lunático a nuestro submarinista espacial catalán, usted quien cree que ganará la Liga, porque desde aquí al Barça se le ve flojucho. Llorenç, de natural amante del noble deporte del balompié se recreó en las explicaciones. Luego el Rey Lunático, satisfecho por el derrotero de la mejor liga del universo, propuso que la Reina y las chicas lunáticas se fueran a fregar los platos, mientras los chicos tocaban un poco el piano y luego se pillaban los cojones con las tapas de los mismos. Así lo hicieron.
Por la noche (lunar) Llorenç subió a su submarino con los cojones amoratados y unos cuantos presentes para la Humanidad, y tras despedirse de sus nuevos amigos lunáticos inició el viaje de regreso a la Tierra. Cuando llegó fue detenido bajo la acusación de insolencia y originalidad, y puesto a disposición de la autoridad judicial pertinente, que lo sentenció a 30 años y un día de trabajos forzados en un mostrador de Cita Previa del Sistema Sanitario de la Comunidad de Madrid. Murió antes de completar sus tareas administrativo funcionariales, y fue enterrado sin pompas en los extramuros del cementerio de su pueblo, donde su tumba y memoria son continuamente vilipendiadas con pintadas del tipo ‘El boix’ o ‘Me la chupas cabrón’. Su hazaña fue silenciada, Myspace retiró los vídeos de la red, y el submarino vendido a precio de chatarra, desmontado, y reciclado en parrillas para los calçots.
Silla Jotera
Cuentos Misántropos: EN EL BUEN SENTIDO DE LA PALABRA
Simón Sucinto era el hombre más bueno de la comarca. Que digo de la comarca, de la región, que era ancha y basta a lo bárbaro. Si en ese inmenso lugar del que hablamos alguien pasaba pena o necesidad, sólo tenía que acudir a Simón Sucinto y este resolvía sus problemillas. ¿Qué tenía hambre? Simón Sucinto le invitaba a unas lentejas; que tenía sed, un vasico agua; malestar general, toma aspirina; asuntos inmobiliarios, ahí va un piso. A los niños les pagaba el dentista. Y así con todo, y con todos. Era un hombre muy bueno Simón Sucinto. Ahí va el bueno de Simón Sucinto decían las gentes de la basta región cuando le veían pasar, excelente persona, prócer sin par.
El día que el precio de los cereales se puso por las nubes y el del pan por la estratosfera, apareció por el despacho de Simón Sucinto una señora que decía estar delegada por el Ministerio de Economía para suplicarle una solución a tal problema. Al día siguiente no sólo había bajado el precio del pan, es que hasta el Gobierno anunció su disposición a regalarlo, adjuntando diez litros de gasolina y un teléfono móvil.
Otro día llegó a su despacho el Papa de Roma, su problema, anunció, eran las ojeras, pues es que, aún creyendo en Dios y amándolo sobre todas las cosas, no dejaba de pensar en esa chica famosa, esa tal Scarlet Johanson. Pues al día siguiente, esta hacía votos e ingresaba en el Cuerpo de Monjas al Servicio de su Excelencia Papal.
Otro día se presentó en el despacho del bueno de Simón Sucinto un banco de atunes acosado por una flota pesquera de hambrientos japoneses. Tras su mediación, dicha especie fue declarada patrimonio de la humanidad, y los atunes especie protegida.
Y ya llega el día que aparece por el despacho un asesino como un piano. Su problemilla, se sincera, es quiere matar a la humanidad entera y así, al detall, no acabará nunca. He aquí, se dijo Simón Sucinto, el problemilla que siempre esperé. Y sacando de un cajón de la mesa un bonito revolver, le pegó un tiro entre cejas al asesino como un piano. Muerto tú, dijo Simón Sucinto, muerta tu humanidad. Y se quedó tan pancho.
Silla Jotera
El día que el precio de los cereales se puso por las nubes y el del pan por la estratosfera, apareció por el despacho de Simón Sucinto una señora que decía estar delegada por el Ministerio de Economía para suplicarle una solución a tal problema. Al día siguiente no sólo había bajado el precio del pan, es que hasta el Gobierno anunció su disposición a regalarlo, adjuntando diez litros de gasolina y un teléfono móvil.
Otro día llegó a su despacho el Papa de Roma, su problema, anunció, eran las ojeras, pues es que, aún creyendo en Dios y amándolo sobre todas las cosas, no dejaba de pensar en esa chica famosa, esa tal Scarlet Johanson. Pues al día siguiente, esta hacía votos e ingresaba en el Cuerpo de Monjas al Servicio de su Excelencia Papal.
Otro día se presentó en el despacho del bueno de Simón Sucinto un banco de atunes acosado por una flota pesquera de hambrientos japoneses. Tras su mediación, dicha especie fue declarada patrimonio de la humanidad, y los atunes especie protegida.
Y ya llega el día que aparece por el despacho un asesino como un piano. Su problemilla, se sincera, es quiere matar a la humanidad entera y así, al detall, no acabará nunca. He aquí, se dijo Simón Sucinto, el problemilla que siempre esperé. Y sacando de un cajón de la mesa un bonito revolver, le pegó un tiro entre cejas al asesino como un piano. Muerto tú, dijo Simón Sucinto, muerta tu humanidad. Y se quedó tan pancho.
Silla Jotera
Cuentos Misántropos: 'PRELUDIO DE LOS ESPECTADORES APÓLOGOS'
Las minimalistas notas del ‘Preludio de los espectadores apólogos’ del gran Miroslav Bujandisnky flotaban por el aséptico módulo de conexión, al tiempo laboratorio.
Lacost de Choderlos también flotaba, lo hacía junto a la pequeña ventanilla por la que se podía observar la Tierra. La Tierra amarronada, gris, renegrida, arrugada, chuchurría... Desde la ISS la Tierra parecía una manzana en proceso de putrefacción. Putrefacción irreversible, bien lo sabía Lacost, que por algo le habían enviado allí arriba a estudiar el comportamiento de ciertos vegetales en condiciones de microgravedad. En la Tierra ya no crecía saludablemente ni un triste cacahuete.
Lacost paseó la mirada por el interior del módulo de conexión y laboratorio, y sonrió satisfecho del diseño, el orden, la luminosidad, la asepsia que reinaba en su hogar. A tal bienestar contribuía la sencilla pero profunda melodía del ‘Preludio de los espectadores apólogos’ y, sin duda, el esplendoroso laboratorio y vergel en el que se desarrollaban sus espectaculares pepinos, patatas, cebollas, zanahorias, tomates, rábanos, lechugas, espárragos, alcachofas, guisantes, garbanzos, judías, acelgas, pimientos, calabacines…
Admiraba su maravilloso huerto cuando el ordenador central le anunció la consuetudinaria conexión con el Centro de Control de la Tierra. Dijo… Siete horas quince minutos, conexión con el CCT. Luego el ordenador enmudeció y tras la habitual señal de fritanga espacial se escuchó la voz del controlador de turno del CCT. Buenos días desde el CCT, dijo este. Buenos tardes, respondió Lacost. Durante la conexión de hoy, continuó el controlador del CCT, debe usted reportarme los parámetros resultantes de los experimentos. No se a que se refiere, respondió Lacost. A las lechugas, razonó el controlador, ¿cómo van las lechugas?
Fatal, las lechugas iban fatal, respondió Lacost, y no sólo las lechugas, las berenjenas, las remolachas, los rábanos… estaban fatal. Sin duda, finiquitó Lacost, este es el peor lugar para plantar nada.
Lástima, dijo el controlador del CCT, que se estropeara la cámara de registro de imágenes del módulo laboratorio, nos serían de gran ayuda para ampliar los datos que nos transmite. Si, apuntó Lacost, una lástima.
Bueno, dijo el controlador del CCT, continúe con los experimentos, realizaremos una próxima conexión mañana a la misma hora, ¿necesita alguna cosa que le podamos enviar en la próxima nave de carga prevista para dentro de seis meses? La cerveza se me está acabando, respondió Lacost, y los comics. Tomo nota, concluyó el controlador del CCT, buena jornada y buena suerte. Hala, se despidió Lacost.
Volvió a mirar la Tierra. Volvió a mirar la ISS. Dios, comparada con la ISS la Tierra daba más miedo que pena. Allez la merde, susurró Lacost.Iban apañados ahí abajo si esperaban que regresara con su huertecico.
Silla Jotera
Lacost de Choderlos también flotaba, lo hacía junto a la pequeña ventanilla por la que se podía observar la Tierra. La Tierra amarronada, gris, renegrida, arrugada, chuchurría... Desde la ISS la Tierra parecía una manzana en proceso de putrefacción. Putrefacción irreversible, bien lo sabía Lacost, que por algo le habían enviado allí arriba a estudiar el comportamiento de ciertos vegetales en condiciones de microgravedad. En la Tierra ya no crecía saludablemente ni un triste cacahuete.
Lacost paseó la mirada por el interior del módulo de conexión y laboratorio, y sonrió satisfecho del diseño, el orden, la luminosidad, la asepsia que reinaba en su hogar. A tal bienestar contribuía la sencilla pero profunda melodía del ‘Preludio de los espectadores apólogos’ y, sin duda, el esplendoroso laboratorio y vergel en el que se desarrollaban sus espectaculares pepinos, patatas, cebollas, zanahorias, tomates, rábanos, lechugas, espárragos, alcachofas, guisantes, garbanzos, judías, acelgas, pimientos, calabacines…
Admiraba su maravilloso huerto cuando el ordenador central le anunció la consuetudinaria conexión con el Centro de Control de la Tierra. Dijo… Siete horas quince minutos, conexión con el CCT. Luego el ordenador enmudeció y tras la habitual señal de fritanga espacial se escuchó la voz del controlador de turno del CCT. Buenos días desde el CCT, dijo este. Buenos tardes, respondió Lacost. Durante la conexión de hoy, continuó el controlador del CCT, debe usted reportarme los parámetros resultantes de los experimentos. No se a que se refiere, respondió Lacost. A las lechugas, razonó el controlador, ¿cómo van las lechugas?
Fatal, las lechugas iban fatal, respondió Lacost, y no sólo las lechugas, las berenjenas, las remolachas, los rábanos… estaban fatal. Sin duda, finiquitó Lacost, este es el peor lugar para plantar nada.
Lástima, dijo el controlador del CCT, que se estropeara la cámara de registro de imágenes del módulo laboratorio, nos serían de gran ayuda para ampliar los datos que nos transmite. Si, apuntó Lacost, una lástima.
Bueno, dijo el controlador del CCT, continúe con los experimentos, realizaremos una próxima conexión mañana a la misma hora, ¿necesita alguna cosa que le podamos enviar en la próxima nave de carga prevista para dentro de seis meses? La cerveza se me está acabando, respondió Lacost, y los comics. Tomo nota, concluyó el controlador del CCT, buena jornada y buena suerte. Hala, se despidió Lacost.
Volvió a mirar la Tierra. Volvió a mirar la ISS. Dios, comparada con la ISS la Tierra daba más miedo que pena. Allez la merde, susurró Lacost.Iban apañados ahí abajo si esperaban que regresara con su huertecico.
Silla Jotera
Los cuentos, y que sean cortos
Tras la confección, revisión y archivo de "La cagaste Evaristo" y "El nombre de la Cosa", quedó en manos del cofrade Hama K (al que ya han leido protestar en sus iniciáticos comentarios, y lo que les rondará, morenas) la finalización de 'Burtenio, o que la muerte les repare'. Esto fue así, porque acordamos que cada uno de nuestros andamios literarios los iniciaría uno de nosotros, lo continuaría otro, luego el otro, y lo finalizaría otro (4). Pasa, que en su sub-vida laboral el cofrade Hama K es un reputado analista de mercados psicológicos, y el trabajo de la LSDE se le acumula. No contento con ello, aún se atrevió a iniciar la cuarta obra (le tocaba por sorteo), que tituló "Fui yo, o las 1001 tardes". Pues aún estamos esperando el final de una y el principio de otro. ¿Se puede escribir así, con este desorden? En la LSDE si. Así que en la penúltima cena se propuso realizarle una oferta de tiempo (que no es moco de pavo) al cofrade Hama K, y mientras tanto, para que el resto de los cofrades no nos aburriéramos atendiendo al vuelo fragil y panchudo de las musas de Hama K, iríamos escribiendo, pues... por ejemplo unos cuentos cortos. Y se decidió un orden: 1- Cuento Misántropos, 2- Cuentos Meta (más allá de cualquier cosa), 3- Cuentos Contados, 4- Cuentos Personales.
Ya hemos completado los puntos 1, 2 y 3. Estamos ahora a la espera de organizar una cena para valorarlos y aprovisionarnos de cara a iniciar el punto 4.
A continuación os muestro una selección de los que creo que representan mis mejores aportaciones a tanto cuento.
Pero, la pregunta (no habrá siempre una) es, ¿llegará Hama K a la cena de la LSDE con el final de "Burtenio, o que la muerte les repare", o deberemos esperar a que la muerte repare lo que nosotros no sabemos concluir?, ¿será este otro cuento de las mil y una noches?
Quien sabe pero ya veremos.
Silla Jotera
Ya hemos completado los puntos 1, 2 y 3. Estamos ahora a la espera de organizar una cena para valorarlos y aprovisionarnos de cara a iniciar el punto 4.
A continuación os muestro una selección de los que creo que representan mis mejores aportaciones a tanto cuento.
Pero, la pregunta (no habrá siempre una) es, ¿llegará Hama K a la cena de la LSDE con el final de "Burtenio, o que la muerte les repare", o deberemos esperar a que la muerte repare lo que nosotros no sabemos concluir?, ¿será este otro cuento de las mil y una noches?
Quien sabe pero ya veremos.
Silla Jotera
jueves, 15 de mayo de 2008
Me presentaré
Mi nombre es Silla Jotera, y soy uno de los cuatro cofrades fundadores de la LSDE, o Liga Secreta De Escritores. Así, este LSDE está compuesto por Hama K (ex Sillón, o señor D. K.), el Sillón F (o señor F. G.), el Tamburete (o señor S. L.) y Silla Jotera (o J. L.).
El LSDE se fundó el año 2006 en el CCGGBE (o Centro Cultural Generalista Gran Bodega Eduardo) del barrio de Prosperitat de Barcelona (Catalunya, España, UE), con el objetivo de satisfacer nuestras ansias de cenar como reyes babilónicos de vez en cuando. Al mismo tiempo, nos entretenemos planteándonos retos innecesarios, o sea, más allá de la gastronomía, como por ejemplo dedicarle un tiempo de nuestras temporalizadas vidas a la creación literaria.
En estos dos años de existencia, la LSDE ha realizado 10 cenas y concluido las siguientes obras:
- "La cagaste Evaristo" (obra a 8 manos, 72 cuartillas)
- "El nombre de la Cosa" (obra a 8 manos, 132 cuartillas)
- "Cuentos Misántropos" (24 cuentos cortos por cuatro autores)
- "Cuentos Metas" (17 cuentos cortos por cuatro autores)
- "Cuentos Contados" (20 cuentos cortos por cuatro autores)
Al tiempo que se realizan estas obras y las acompañamos de suculentos platillos y adecuados vinos, están en proceso de realización las siguientes obras:
- "Burtenio, o que la muerte les repare" (obra de momento a 6 manos, en finalización por Hama K).
- "Fui yo, o las 1001 tardes" (obra de momento en su inicio a 2 manos, las de Hama K).
Bien. En este blog intentaré, con la ayuda de mis hermanos cofrades de la LSDE, mantenerles al día de las novedades y habituales desatinos de esta liga secreta. Espero que resulte de su agrado, y si no, por lo menos a mí ya no me va a pasar nada.
Silla Jotera
El LSDE se fundó el año 2006 en el CCGGBE (o Centro Cultural Generalista Gran Bodega Eduardo) del barrio de Prosperitat de Barcelona (Catalunya, España, UE), con el objetivo de satisfacer nuestras ansias de cenar como reyes babilónicos de vez en cuando. Al mismo tiempo, nos entretenemos planteándonos retos innecesarios, o sea, más allá de la gastronomía, como por ejemplo dedicarle un tiempo de nuestras temporalizadas vidas a la creación literaria.
En estos dos años de existencia, la LSDE ha realizado 10 cenas y concluido las siguientes obras:
- "La cagaste Evaristo" (obra a 8 manos, 72 cuartillas)
- "El nombre de la Cosa" (obra a 8 manos, 132 cuartillas)
- "Cuentos Misántropos" (24 cuentos cortos por cuatro autores)
- "Cuentos Metas" (17 cuentos cortos por cuatro autores)
- "Cuentos Contados" (20 cuentos cortos por cuatro autores)
Al tiempo que se realizan estas obras y las acompañamos de suculentos platillos y adecuados vinos, están en proceso de realización las siguientes obras:
- "Burtenio, o que la muerte les repare" (obra de momento a 6 manos, en finalización por Hama K).
- "Fui yo, o las 1001 tardes" (obra de momento en su inicio a 2 manos, las de Hama K).
Bien. En este blog intentaré, con la ayuda de mis hermanos cofrades de la LSDE, mantenerles al día de las novedades y habituales desatinos de esta liga secreta. Espero que resulte de su agrado, y si no, por lo menos a mí ya no me va a pasar nada.
Silla Jotera
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